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EDITORIAL

No habrá próxima vez

Por mucho que Rajoy recurra a la mordaza o a la exclusión de las listas, nada bueno le espera al partido sin un líder con auténtica auctoritas y sin un programa verdaderamente alternativo en ideas y proyectos al que representa Zapatero.

Ojalá que el PP fuera verdaderamente un partido unido, con un liderazgo claro, con un proyecto nacional común y claramente alternativo al que representa el Gobierno de Zapatero. Pero no basta con desear algo para que se haga realidad, y buena prueba de ello es la crisis que se ha desatado en el seno del PP, evidenciando una falta de unidad del partido, una ausencia de liderazgo y una carencia de proyecto verdaderamente alternativo al PSOE y acorde con un partido liberal-conservador como se supone que es o debería ser el principal partido de la oposición.

Buena parte de la intervención de Rajoy ante el Comité Nacional de su partido no ha dejado de ser, en este sentido, un catálogo de intenciones que no concuerdan con la realidad presente de la formación y, lo que es peor, que no han ido acompañadas de nada que pueda hacer pensar que semejantes intenciones vayan a hacerse realidad.

Para empezar Rajoy se ha retrotraído al momento de su decisión de seguir al frente del partido tras las últimas generales, decisión que tomó, según ha recordado, por los buenos resultados que, a pesar de la victoria del PSOE, cosechó el PP, por el respaldo que para ello le otorgó buena parte del partido y por las fuerzas y ganas con las que él se sentía para volver a intentarlo. Para empezar hay que recordar que, salvo alguna excepción, más mediática que política, casi nadie en el partido cuestionó el derecho de Rajoy a seguir encabezando la candidatura popular tras esas elecciones. Los problemas surgieron cuando se filtraron unas ponencias que pretendían dar un giro y un acercamiento "simpático" a los nacionalistas que causaron la alarma en no pocos miembros del PP, empezando por María San Gil. Los problemas surgieron cuando Rajoy en Elche enseñó la puerta a conservadores y liberales y mostraba una "alternativa" basada más en números que en ideas. Los surgieron, en definitiva, cuando la labor de oposición del PP empezó a transformar los ciertamente segundos mejores resultados electorales del PP en su historia en la más numerosa y desideologizada comparsa que haya nunca tenido un Gobierno. Los problemas también surgieron cuando quien ahora reclama una sola voz y unidad para el partido daba rienda suelta a un personaje que, como Gallardón, no oculta sus ambiciones y lleva a gala ser un "verso suelto" en el seno del partido.

Centrándonos en las dos cuestiones que han colmado el vaso en la crítica situación que vive el PP –la actuación del partido ante el caso Gürtel y los ataques de Cobo/Gallardón contra Aguirre y su equipo– lo cierto es que el problema está en que Rajoy ha admitido y sigue admitiendo muchas de las cosas que ahora dice que considera inadmisibles. Su pasividad y falta de liderazgo alimentó el desconcierto derivado del cese de Ricardo Costa; cese éste que, además, bien puede contradecir el cuidado manifestado por Rajoy para que "ningún juicio paralelo, la actuación de algún instructor o la parcialidad evidente de algunos miembros de la Fiscalía" no hagan que algunos "vean su nombre en tela de juicio sin que hubiera ninguna razón para ello". El cese de Costa, en cualquier caso, sería un agravio comparativo frente a la pasividad de la que ha hecho gala Rajoy ante los inadmisibles –esos sí– insultos de Cobo contra Aguirre

A este respecto, las nada veladas puyas que Rajoy, aun sin nombrarla, ha dirigido contra la presidenta madrileña ciertamente sitúan, tal y como Aguirre ha manifestado, en un pie de igualdad al agresor y a la víctima. Cobo no sólo no se ha retractado de sus insultos, sino que los ha elevado al tratar de justificarlos diciendo que "llegué a tener miedo por mí y por mis hijos". Vamos, como si Aguirre estuviera dispuesta a utilizar sicarios contra él.

Es cierto que Rajoy ha criticado también la actuación de Cobo, pero lo cierto es que la ha equiparado a la reacción que, en defensa de Aguirre, tuvieron la practica totalidad de alcaldes del PP en la comunidad madrileña. Una reacción que, pese a lo que afirma el líder popular, no sólo fue libre y voluntaria sino que además fue propiciada por su clamoroso silencio ante unas declaraciones ciertamente "inadmisibles".

La falta de autocrítica de Rajoy ante una situación de la que él es el máximo responsable no hace augurar nada bueno le espera al partido sin un líder con auténtica auctoritas y sin un programa verdaderamente alternativo en ideas y proyectos al que representa Zapatero. "No habrá próxima vez", ha sentenciado Rajoy. Desde las filas socialistas lo tienen claro: gracias a Rajoy, ellos sí tendrán una próxima vez. Mal slogan ha escogido el gallego para describir su propio futuro y el de un PP cada vez con menos pulso.

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