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Amando de Miguel

Cuidado con los neologismos caprichosos

Dicen que los árabes tienen cien palabras para el desierto y otras tantas los esquimales para el hielo. Los hispanoparlantes disponemos de la misma cantidad para la corrupción.

Por mucho que aquí se diga que las palabras son polisémicas (es decir, pueden admitir varios sentidos), lo que no se debe permitir es que se introduzcan sentidos caprichosos. El habla es fundamentalmente convención, consenso, acuerdo generalizado. Las cosas no sólo son como son sino como deben ser. Un ejemplo:

En los últimos tiempos he oído varias veces a los comentaristas políticos el sintagma "olla podrida" que aplican al clima de corrupción general que ahora tenemos. Vendría así a equivaler a la sentina, al lugar maloliente donde se depositan diversos vicios. Sin embargo, la olla podrida no es eso. Significa algo casi opuesto. Equivale al generoso "cocido", esto es, al guiso suculento y variado donde se cuece tocino, jamón, chorizo, carne, legumbres, verduras o ajos, entre otros manjares. La sinergia de todo ello produce un plato memorable.

Lo de "olla" es, naturalmente, una metonimia del cacharro donde hierve el apetitoso guiso. Por eso se dijo "después de Dios, la olla", para indicar la importancia que daban nuestros mayores a la buena alimentación.

La discusión está en lo de "podrida". Alguien dijo que estamos ante un galicismo, pot pourri (= olla podrida) con el mismo sentido que en español. Pero quizá sea al revés, que los franceses lo llevaron de España. Por lo menos sabemos que ya Sancho Panza, ascendido a gobernador, demandaba "una de estas que llaman ollas podridas, que, mientras más podridas son, mejor huelen". Habría que añadir que mejor huelen y saben.

Lo de "podrida" quizá venga de la forma antigua "poderida" en el sentido de "poderosa", esto es, sustanciosa, suculenta. Después de todo, el proceso de fermentación (queso, vino, cerveza) no es más que una forma de "pudrirse", es decir, de alterarse que tienen algunas sustancias nutritivas.

Curiosamente la "olla" es también el cerebro, la sesera, es decir, lo más complejo y misterioso. A uno "se le va la olla" si se vuelve loco o al menos si pierde la memoria o manifiesta una conducta extravagante. Pero en ningún caso se puede admitir que la "olla podrida" esté relacionada con la corrupción política. También podría ser que ese nuevo sentido fuera una feliz innovación, pero habrá de pasar un tiempo para que lo admita el pueblo, que es la verdadera academia. Yo aquí no soy juez sino notario.

El fenómeno de la corrupción es general y característico de nuestra cultura política. Antes se dijo unto o estraperlo; ahora trama o tráfico de influencias. En Argentina el soborno es "coima" y en México "mordida". Dicen que los árabes tienen cien palabras para el desierto y otras tantas los esquimales para el hielo. Los hispanoparlantes disponemos de la misma cantidad para la corrupción. No basta con las dichas. Añádase chapuza, pasteleo, trinque, chorizada, pelotazo, pufo, y así hasta ciento.

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