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José T. Raga

¿Cuándo es "a finales"?

ZP ha osado afirmar que la recuperación se producirá "a finales de 2009 o principios de 2010". ¿Es posible que el presidente haya perdido tanto sentido de la realidad que ni siquiera sabe que estamos a un mes y medio del final de 2009?

No importa el lugar ni el tiempo; no produce rubor ni vergüenza el juicio que pueda merecer el discurso o la declaración en virtud del auditorio al que va dirigido, bien por competencia reconocida de éste, bien por el respeto personal o institucional que merecen sus componentes. Estas circunstancias, altamente significativas para los mortales que deambulamos por un mundo real, no tienen la mínima importancia para los políticos en general –supongo que habrá alguna excepción– y sobre todo no la tienen para el señor presidente del Gobierno que, en esta materia, se ha convertido en paradigma de lo que podríamos llamar "uso irresponsable de la palabra". El problema es que está creando escuela, y buena parte de sus ministros siguen sus pasos y doctrina, utilizando a troche y moche las oportunidades del decir público, para intentar convencer de lo imposible a una población predispuesta, por necesidad, al engaño como camino alternativo al suicidio.

Quiero pensar que buena parte de los españoles resisten al intento presidencial, pero no es menos cierto que no pocos, por desesperación sucumben a la falsedad, incrementado aquella desesperación al comprobar que nada de lo que se les había dicho, y en lo que habían cifrado sus esperanzas, se cumple acorde con las promesas realizadas. Hace cinco años creíamos, inocentes de nosotros, que aquel aplomo del presidente Rodríguez Zapatero pintando en sus intervenciones un mundo idílico, al modo de Alicia en el País de las Maravillas, eran manifestaciones puntuales, sin calado, y con la única pretensión de presentar esa fachada de bondad, de la que formalmente hacía gala, reafirmada por el uso de términos –ahora sabemos que vacíos de contenido por falta de la propia convicción– tales como talante, diálogo, consenso, compromiso, progreso, europeísmo, etc.

Estos mensajes se hacían acompañar, para su mayor fuerza convincente, de gestos, de sonrisas permanentes, de promesas... que durante el primer año consiguieron vender un perfil del presidente nada coherente con el que descubriríamos a partir del segundo año de mandato de su primera legislatura. No lo advertimos inicialmente, aunque pudimos imaginarlo: una fachada, siempre blanqueada, cuesta mucho de mantener. Por eso, nuestro presidente se mostraba con frecuencia más de la habitual cansado; qué digo cansado, agotado. No olvidemos, entre otros casos semejantes, el plante con el que obsequió al presidente del Gobierno polaco, no acudiendo a la cita comprometida en Varsovia, porque su cansancio le aconsejaba permanecer en la Moncloa.

Después comprobó que la cosa no era tan complicada; que se podía hablar sin necesidad de estar preparado. Es más, que para qué prepararse. Un miembro de su Gobierno llegó a estimularle al conocimiento fiscal, asegurándole que era cuestión de un par de tardes. Ni por esas. Pero el presidente le había encontrado ya el erotismo a las cámaras y a los micrófonos, y estaba dispuesto a hablar de lo que fuese, donde fuese y ante quien fuese, sin el mínimo miramiento, asegurando, con un esdrújulo enfático, lo más peregrino que pudiera imaginarse; tanto más esdrújulo y tanto más enfático, cuanto mayor engaño pretenda su discurso.

Estuvo dispuesto a explicar al G-20 en Washington –al menos eso nos dijo antes de salir para allá– cómo se podía salir de la crisis, porque España estaba exenta de esa situación, gracias a sus buenos oficios conformando una economía fuerte y sana, en un escenario de pleno empleo. Como le sobraba tiempo, conseguiría la paz universal, gracias a la construcción de una Alianza de Civilizaciones, basada en su talante dialogante que serviría de ejemplo para el universo mundo. Más aún, su empeño estaba en combatir eficazmente el cambio climático, de forma que las generaciones futuras le recordarían como el artífice de un aire respirable, de un desarrollo sostenible y de unas energías renovables.

El balance hoy no puede ser más claro. La economía fuerte del pleno empleo se ha convertido en la que más ha ahondado en la crisis y la que más tardará en salir de ella; la proyectada paz universal, ha dado lugar a un mundo con el mayor nivel de conflictos aislados, cuyo número nunca antes se había dado de forma simultánea; sus discursos sobre la lucha contra el cambio climático, no concuerdan con ser el país de la Unión Europea que más lejos está de cumplir los compromisos asumidos en Kioto. Y así, podríamos seguir en una larga lista de promesas incumplidas y de engaños, aunque deliberados, silenciados.

Lo último, que me ha impulsado a estas líneas de recuerdo, y que como español lo considero un grave insulto a las instituciones representativas de la voluntad popular y, por tanto, al mismo pueblo, se ha producido en sus palabras ante el pleno del Senado; sí, nuestra Cámara Alta. Con su sonrisa renovada, ha osado afirmar que la recuperación en España se producirá "a finales de 2009 o principios de 2010". ¿Es posible que el señor presidente haya perdido tanto sentido de la realidad que ni siquiera sabe que estamos a mediados de noviembre de 2009, es decir a un mes y medio del último día del año en el que para él deberá producirse la recuperación? ¿Cuándo empieza a contar para él ese período que denomina finales?

Todos sabemos, y pienso que él también porque de lo contrario no sé por qué le pagamos el sueldo, que ni finales del 2009 ni principios de 2010. Ya nos tranquilizaríamos si alguien nos asegurase que será a finales de de 2011. Cuando cada día nuevos parados engrosan las cifras de desempleados sin esperanza de encontrar un empleo, cuando cada día son más las familias en las que todos sus miembros no consiguen un puesto de trabajo, me parece inhumana una intervención como la del señor Rodríguez Zapatero ante el Senado español. Su afirmación la considero un desprecio a los que están luchando para ver cómo sobreviven en semejante tempestad, sólo comparable a la que hizo la señora vicepresidenta Económica cuando aseguró que "se estaba desacelerando la tasa de incremento del desempleo", mostrando así su optimismo en la situación. Estadísticamente no hay falsedad alguna en su pronunciamiento. Aunque, lo que también es estadísticamente cierto es que cuando toda la población esté en paro, la tasa de incremento de los parados será cero, y no por eso estaremos en pleno empleo.

¡Es que hay que oír cada cosa!

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