Menú
EDITORIAL

Algunos muros siguen en pie

A partir de 1989, el programa político del socialismo oficial, más que a construir un régimen tiránico al estilo soviético, se ha dedicado a destruir las sociedades democráticas y la economía de mercado.

Decía el gran Jean-François Revel que el fracaso del comunismo no se produjo cuando cayó el Muro de Berlín, sino cuando se construyó. Al fin y al cabo, un régimen que había prometido terminar con la explotación del hombre por el hombre y dar paso a una época de bienestar material sin precedentes, se vio forzado a levantar un muro con tal de evitar que la población huyera del infierno en el que había convertido la tierra.

Sin embargo, sí es cierto que muchos ciudadanos de los países democráticos sólo fueron capaces de apreciar que el comunismo fracasó cuando el Muro, y con él todo un sistema de tiranización política, se vino abajo. De esa emocionante fecha, que desde numerosos foros incluso se ha propuesto como Día Internacional de la Libertad, se cumplen hoy 20 años.

20 años en los que la izquierda y los intelectuales rendidos a la causa antiliberal se enfrentaron al rotundo fracaso del régimen liberticida que proponían como sustituto del libre mercado y durante los cuales, en principio, debería haber quedado universalmente aceptado que no hay alternativa posible al capitalismo en lo que a prosperidad y, sobre todo, a libertad se refiere.

Y sin embargo, el colapso de esos sistemas de planificación central que sólo sirvieron para sumir en la más escandalosa de las miserias y de las opresiones a un tercio de la población mundial, no ha tenido como corolario lógico la expansión de la libertad. Pese a que Francis Fukuyama predijera que con la caída del muro y la posterior de la Unión Soviética había llegado el fin de la Historia, el comunismo sigue perviviendo en demasiadas partes del planeta –como Cuba, Corea del Norte, Bielorrusia o incluso Venezuela– y continúa gozando de cierto predicamento y honorabilidad dentro de nuestras sociedades occidentales.

Ayer mismo, el nuevo secretario general del Partido Comunista de España, José Luis Centella, proclamó con el puño en alto que "no tenemos que pedir perdón por nada". Como si el metódico asesinato de 100 millones de personas y el empobrecimiento y esclavización de otros cientos no fueran razones suficientes como para relegar al basurero de la historia a tal criminal programa político e ideológico.

Pero lo cierto es que el despótico espíritu del comunismo no sólo sobrevive dentro de estos reductos marxistas nacionales y extranjeros. Como también advirtiera Revel en su libro La Gran Mascarada, la caída del Muro supuso un mazazo de credibilidad tan grande para la izquierda que a partir de entonces tuvo que transformarse y adoptar nuevas formas dentro de nuestras sociedades occidentales. A partir de 1989, el programa político del socialismo oficial, más que a construir un régimen tiránico al estilo soviético, se ha dedicado a destruir las sociedades democráticas y la economía de mercado.

Sólo es necesario fijarse en la acelerada decadencia de la sociedad española, especialmente en el orden político y económico, pero también en el social que es cómplice de la misma, para comprender cómo la izquierda puede haber tenido más éxito a la hora de canalizar su odio a la libertad cuando, en lugar de proponer una inviable alternativa política, se ha concentrado en subvertir los fundamentos sobre los que se asienta un Estado de Derecho limitado: la propiedad privada, el respeto por los contratos, la autonomía individual y la libertad de asociación.

Cuando los gobiernos se dedican a crecer a costa de la sociedad, redistribuir la renta, utilizar el aparato político para perseguir a la disidencia, cercenar la libertad de expresión, controlar a la población y avivar activamente el odio y el conflicto social, entonces la ciudadanía comienza a languidecer y a dar paso a la servidumbre.

Puede que en general el mundo sea hoy más libre que hace 20 años, especialmente gracias a la liberación de todos los feudos comunistas que fueron pisoteados por la bota soviética. Pero también es indudable que las amenazas a la libertad siguen presentes, dentro y fuera de nuestras fronteras. Al fin y al cabo, ese gran liberal llamado Thomas Jefferson ya advirtió de que "el precio de la libertad es la vigilancia eterna". También hoy, el día en que celebramos el aniversario del derrumbe del mayor régimen tiránico de la historia de la humanidad.

En Sociedad

    0
    comentarios