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Actores destructivos en Oriente Próximo

Lo que debe quedar meridianamente claro en cualquier aproximación a la situación de Oriente Próximo es que las urnas no transforman a terroristas en actores políticos legítimos y democráticos.

Cuando el 11 de noviembre se cumplía el quinto aniversario del fallecimiento de Yaser Arafat, el Movimiento de Resistencia Islámico palestino (Hamás) realizaba arrestos de miembros de Al Fatah en la franja de Gaza, para evitar homenajes en las calles al líder desaparecido. En este lustro la división entre palestinos se ha agudizado y las expectativas de paz, que ya en 2004 eran escasas, hoy lo son aún menos. Tampoco en Líbano podemos felicitarnos por la evolución de la situación interna, pues –aunque muchos lo hacen ya que el 10 de noviembre se reunía al fin el nuevo Gobierno de Unidad Nacional, formado el día anterior por Saad Hariri–, el problema es que este avance institucional es también un avance de Hizboláh. Sin ir más lejos, comandos de la Marina israelí intervenían la semana pasada a 180 kilómetros de sus costas el barco "Francop" cargado con toneladas de armas para el Partido de Dios libanés.

En Oriente Próximo campan por sus respetos los islamistas radicales: los suníes de Hamás y los shiíes de Hizboláh. Y desde fuera de la arena política, los yihadistas salafistas de Al Qaeda y sus asociados locales pugnan por rivalizar con los anteriores con un mensaje aún más radical. En este escenario está previsto que se celebren elecciones presidenciales y legislativas palestinas el próximo 24 de enero. No debería de repetirse el error de marzo de 2006, a saber: contar con Hamás en ellas, con el deseo ingenuo de que los comicios puedan enviar a los islamistas a la oposición. Hoy es difícil de vislumbrar unos comicios que Hamás acepte, dada la profunda división en el mundo palestino, pero todo es posible en esta atribulada región. Basta con que actores locales como Egipto o como Arabia Saudí trabajen con ahínco para alcanzar la anhelada unidad palestina –vista como deseable por muchos ingenuos occidentales– para que volvamos a las mismas. Sería deseable que de una vez por todas sepamos quién merece y quién no nuestros siempre débiles apoyos en la región. Lo que debe quedar meridianamente claro en cualquier aproximación a la misma es que las urnas no transforman a terroristas en actores políticos legítimos y democráticos.

El anuncio hecho por el presidente palestino Mahmud Abbas el 5 de noviembre, afirmando que no se presentará para renovar su mandato en enero, puede ser una muestra de su agotamiento o bien una llamada a los palestinos y al mundo para cerrar filas en torno a él. Miles de palestinos ya han salido a las calles en ciudades de Cisjordania para manifestarle su apoyo. Si tras explorar las figuras visibles en el último congreso de Al Fatah celebrado en agosto, se llega a la conclusión de que su candidatura es la mejor –o la menos mala–, cualquier aproximación debiera ser con decisión y en clave exigente, y no ciegas como en el pasado. Si se quiere apartar a Hamás porque es un actor terrorista hace falta que al otro lado haya un actor político sólido, coherente y digno de confianza frente a la banda. También en Líbano habrá que andar con mucho cuidado: Hizboláh vuelve al Gobierno mostrando la fatalidad del País de los Cedros, pero no por ello deja de ser lo que es, y ello es importante para quienes como nosotros, españoles, tenemos que convivir peligrosamente con sus huestes en el sur del país.

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