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Guillermo Dupuy

Que jubilen a RTVE

Como no soy un partidario del despotismo ilustrado, lo que quiero es la total supresión de cualquier medio de comunicación que no pueda financiarse más que por la vía del mandato.

No confundamos churras con merinas. Si en RTVE se han llevado a cabo miles de prejubilaciones de trabajadores con más de 52 años, no es porque haya una normativa que considere que a partir de esa edad los trabajadores en ese sector empiezan a perder facultades. Esas prejubilaciones se deben exclusivamente a la rigidez laboral que hay en nuestro país –más si cabe en los entes públicos– y al consiguiente ERE que ha sufrido ese organismo especializado en dilapidar el dinero del contribuyente. Seguro que en RTVE hay trabajadores de treinta años que no sirven ni para tacos de escopeta y, sin embargo, muchos de los trabajadores que han sido prejubilados aun podrían desarrollar una magnifica labor algunas décadas más. El problema está en que cuando la prejubilación es casi la única vía posible para el despido, la edad, y no la falta de aptitudes o de productividad del trabajador, es lamentablemente lo determinante para la reducción de plantilla.

Valga esto para expresar mi discrepancia con las críticas que se han dirigido contra la designación de Alberto Oliart como nuevo presidente de RTVE únicamente por razón de tener 81 años. Aunque, ciertamente, sean casos muy poco frecuentes, hay personas con esa edad que tienen una capacidad de trabajo y una lucidez mental envidiables. Lo que reprocho a los críticos de Oliart es que no se hayan centrado en demostrar que el nuevo presidente de RTVE no es uno de esos casos. En lugar de ello, se han inventado un agravio comparativo que no existe y que, de existir, debería llevarnos, no al cuestionamiento de la designación de una persona por su avanzada edad, sino a la critica de una normativa que fijara un límite obligatorio de edad para trabajar con independencia de la capacidad y de la voluntad del trabajador.

Además, puestos a cuestionar la idoneidad de Oliart para el cargo me parece más relevante el hecho –admitido por él mismo– de que no "sabe nada de televisión"; mas aun en ese caso, tampoco me parece una cuestión determinante dados lo muchos ejemplos de empresarios que, por su buena capacidad de dirección, han sabido desempeñar su labor en distintos mercados en los que no tenían experiencia previa.

Si este jurista, profesional en distintas entidades financieras, ex ministro de Industria y Energía, de Sanidad y de Defensa tiene todavía el empuje que aparenta su buena apariencia física y la lucidez mental que demostrara conservar al escribir sus memorias, no hay nada que me lleve a pensar que vaya a hacerlo peor que sus "juveniles" antecesores en el cargo.

No obstante, la principal intención de mi artículo no era tanto romper una lanza por Oliart, como expresar mi decepción por el hecho de que la polémica no la protagonice la propia persistencia de un ente absolutamente innecesario que se financia coactivamente del dinero de los contribuyentes –unos 600 millones de euros cada año en subvenciones– y que, para colmo, ofrece una programación de bajísima calidad

Si fuera partidario del despotismo ilustrado, saldría con la cantinela de que lo que quiero es "otro modelo de televisión pública" en la que los impuestos sirvieran para que la música clásica, los debates políticos, el cine de calidad, los programas literarios y culturales, en general, sustituyeran a la telebasura y la propaganda política que, con excepciones, nos ofrece RTVE. Mas como no lo soy, lo que quiero es la total supresión de cualquier medio de comunicación que no pueda financiarse más que por la vía del mandato. Por otra parte, considero que quienes juzgan la RTVE no por lo que es sino por lo que podría llegar a ser, tendrían que reconocer que la mera existencia de televisiones y radios estatales, aun por mucha calidad que tengan, no garantiza que los ciudadanos vean y oigan lo que sólo están obligados a financiar. Y es que de este peculiar despotismo ilustrado lo único seguro es el despotismo y no lo "ilustrado".

Por el contrario, es evidente que sin necesidad de tener que sufragar la televisión a través de sus impuestos, los telespectadores ya pueden encontrar en muchas televisiones y radios privadas esos programas de calidad a los que muchos apelan para justificar, sorprendentemente, la existencia de medios de comunicación estatales.

Así que, puestos a jubilar a Oliart, hagámoslo, pero dándole el finiquito a RTVE.

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