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Emilio J. González

Zapatero, el prestidigitador

ZP pretende convertir el cobre en oro y, además, que nos lo creamos. Él, desde luego, está convencido del éxito porque para eso le aplauden a rabiar en sus discursos sin darse cuenta de que, como a los magos de tres al cuarto, se le ven todos los trucos.

Desde luego, no se puede negar que Zapatero es un político seguro de sí mismo. Lo malo es que la fuente de su energía interior, de su fuerza vital, es un cóctel peligroso de optimismo antropológico, imaginación desbordante, inmadurez personal y baño de multitudes. ZP se crece con cada nueva ocurrencia que se le viene a la mente y que, al exponerla en público, es convenientemente jaleada por la claqué que asiste a sus actos, aunque sea una comparsa adiestrada para aplaudir cuando el encargado de la puesta en escena lo estime conveniente. Cualquier otra persona sabría perfectamente distinguir entre lo que no es más que una de las muchas representaciones que alimentan ese teatro mediático en que ha degenerado la política española y la realidad. Sin embargo, un Zapatero tan deseoso de reconocimiento llega un momento en el que confunde una cosa con otra y pierde el sentido de la realidad.

El último ejemplo acaba de proporcionarlo este fin de semana. Agobiado por una crisis económica que va a más, y a la que no quiere atacar porque hacerlo implica tomar decisiones que van en contra de su ideología, su psicología y sus intereses; cada vez más derrotado por las encuestas de intención de voto y sin más conejos que sacar de la chistera, el prestidigitador de feria ambulante ahora quiere emular a David Copperfield y hacer pasar por el gran paquete de medidas económicas lo que no es más que un conjunto de propuestas deshilvanadas, sin sentido y ajenas a la realidad socioeconómica de nuestro país. Con sus pobres conocimientos de alquimia, Zapatero pretende convertir el cobre en oro y, además, que nos lo creamos. Él, desde luego, está convencido del éxito porque para eso le aplauden a rabiar en sus discursos, sin darse cuenta de que, como a los magos de tres al cuarto, se le ven todos los trucos. Y el que ahora intenta, el mayor de todos, es el que más denota que todo esto no es más que un montaje.

Lo que necesita la economía española es menos ilusionismo y más baño de realidad. Ya se lo dijo Felipe González a ZP en el mismo acto: para mantener y mejorar las políticas sociales hay que subir los ingresos. Y los ingresos sólo aumentan con el crecimiento económico y el empleo, que es de lo que no se preocupa Zapatero, por mucho que su bola de cristal le anticipe una salida vigorosa de la crisis y su particular vidente, su inseparable José Blanco, ya haya vaticinado que en 2017 la economía crecerá por encima del 3%. Lo malo es que las visiones que perciben ambos no deben incluir la forma en que se van a conseguir semejantes resultados sin llevar a cabo la reforma laboral, sin permitir que termine de una vez por todas el ajuste del sector inmobiliario, sin dejar que sea la naturaleza de las cosas la que ponga a cada caja de ahorros en su sitio, sin preocuparse por cómo mejorar la competitividad de la empresa española, sin hacer una verdadera revolución en el gasto del conjunto de las administraciones con el fin de reducir lo antes posible el déficit presupuestario y la deuda pública, sin avanzar en la liberalización de mercados, y así un largo etcétera de cosas muy importantes que hay que hacer.

Zapatero, encantando consigo mismo después del baño de multitudes que se pegó el domingo, sigue creyéndose que basta con que él diga algo para que todos los demás confiemos en él, como si este no fuera el mismo presidente del Gobierno que mintió sobre la crisis, que es una de sus causas y que ahora pretende ser su solución sin cambiar nada y mientras sigue prisionero de los sindicatos y de su propia imaginación. Dice el refrán que el movimiento se demuestra andando. Y es que, al final, las palabras se las lleva el viento y lo que quedan son las acciones. En lo referente a Zapatero, en el mejor de los casos, éstas brillan por su ausencia porque sigue pensando que la economía no importa, que lo que de verdad cuenta es la política y que si la economía está en crisis, ya se arreglará por sí misma. Su política económica se corresponde al ciento por cien con esta visión de su papel como gobernante y así nos va a todos, incluido a él. Y es que, por mucho que se empeñe, mientras de verdad no se ocupe de la economía, no vamos a salir de esta crisis; mientras no se deje de fantasías, como su Ley de Economía Sostenible, vamos a permanecer mucho tiempo en lo más profundo del negro pozo en el que estamos cayendo desde hace dos años. Y si quiere seguir jugando a prestidigitador, por lo menos que se vea la películaEl ilusionista, a ver si aprende algo.

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