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EDITORIAL

La prensa ahora encubre el Watergate

¿Cuál es la función de cierta prensa a día de hoy? ¿Mantener al ciudadano bien informado para protegerlo de los abusos de poder o desinformarlo para convertirlo en un peón del Estado?

Durante años, los escasos medios de comunicación que intentábamos aportar algo de racionalidad al debate sobre el cambio climático, alejándolo de un catastrofismo infundado y devolviéndolo al plano científico que nunca debería haber abandonado, fuimos despreciados e incluso tildados reiteradamente de "negacionistas" por una mayoría de la prensa complaciente con el poder político.

No se trataba de negar tajantemente que exista cambio climático o incluso que pudiera tener un origen antropogénico, sino simplemente de recordar que el debate científico estaba lejos de haberse zanjado y que, en todo caso, las conclusiones más alarmistas tanto desde el punto de vista ecológico como sobre todo económico carecían de una sólida base.

Los políticos, sin embargo, no dudaron en valerse de ese falaz alarmismo para comenzar a extender sus tentáculos sobre la sociedad. Primero Kioto y ahora Copenhage han sido concebidas como cumbres en las que los Estados iban a arrebatar cada vez más libertades a los ciudadanos con la excusa de solventar un problema probablemente exagerado a través de unos medios a buen seguro costosísimos y equivocados. Nada por otro lado de lo que sorprendernos: va con ls naturaleza de nuestros gobernantes.

Sin embargo, cabría haber esperado que los medios de comunicación fuesen más críticos y menos serviles con las pretensiones del poder político. En principio, la prensa debería haber ejercido ese supuesto cuarto poder por el que se ganó el sobrenombre y que supuestamente servía de contrapeso frente a los desmanes del Ejecutivo.

En este caso, por el contrario, se sumaron entusiastas a unas reivindicaciones calentólogas que tenían más de ideológicas que de científicas. Sin ni siquiera cuestionarse hasta qué punto estaban convirtiéndose en el felpudo de los políticos, en sus tontos útiles, asumieron un fuerte compromiso político con la causa del calentamiento global. Incluso llegaron a acusar a los políticos de timoratos y a exigir una ronda más intensiva de intervenciones públicas.

No es de extrañar, pues, que con las revelaciones de lo que ya se considera el mayor escándalo científico de los últimos años, el Watergate climático o Climategate, se hayan quedado petrificados. Toda la propaganda que durante una década han contribuido a divulgar de manera gratuita desde sus plataformas mediáticas, se les volvió en contra como si de un boomerang se tratara: la farsa no estaba del lado de quienes pedían menos demagogia y más datos, sino de quienes ocultaban los datos para hacer pasar su verborrea por consenso científico.

Así, no ha sido hasta que ha dimitido el director de la CRU, Phil Jones, cuando nuestros dos principales rotativos, El Mundo y El País, han comenzado a hacerse eco, muy a regañadientes y cocinando la información, de este escándalo de primera magnitud. Peor aún, la BBC, ese supuesto ejemplo de televisión pública de calidad y al servicio de la verdad, ocultó durante un mes la información que tenía disponible sobre el Climategate. ¿Cuál es la función de cierta prensa a día de hoy? ¿Mantener al ciudadano bien informado para protegerlo de los abusos de poder o desinformarlo para convertirlo en un peón del Estado?

Durante más de una década hemos sido víctimas de una mascarada alarmista que tenía como objetivo infundir el miedo entra la población para justificar la asunción de poderes extraordinarios por parte de los políticos. Nunca un proyecto tan megalómano y suicida como el de Kioto habría logrado prosperar de no ser por la entusiasta colaboración de nuestros medios de comunicación.Están y han estado sacrificando nuestra prosperidad presente y futura en nombre de una agenda ideológica sectaria y profundamente anticapitalista, como es la del movimiento ecologista radical. Aún están a tiempo de rectificar, de darse cuenta de que han pervertido su labor como periodistas independientes para convertirse en los órganos de comunicación de esta nueva plutocracia verde.

Una cosa es que la ecología sea importante y que el cambio climático pueda llegar a suponer un problema en el futuro: son asuntos abiertos a un intenso debate científico que en absoluto hay que rechazar o perder de vista. Otra, muy distinta, es dar pábulo a cualquier información tergiversada, sin base científica alguna, para justificar el cercenamiento de nuestras libertades. La tragedia precisamente está en que hace unos 35 años, la prensa libre e independiente destapó el Watergate y hoy ha contribuido a encubrirlo.

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