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EDITORIAL

Una política exterior contraproducente

La debilidad y la cesión que han caracterizado la política exterior de nuestro Gobierno desde 2004 parecerían seguir precisamente ese contraproducente intento de contentar a los que no se van a contentar.

"No se debe intentar contentar a los que no se van a contentar". Esta célebre aseveración de Julián Marías es frecuentemente mal repetida por quienes sustituyen el "no se debe" por un "no se puede". Lo que quería decir el filósofo, sin embargo, no es que no se pueda intentarlo, que sí se puede; tampoco quería expresar que no se pueda conseguir lo que es imposible de obtener, lo que dejaría su aseveración en mera tautología. Lo que quería transmitir Marías con su "no se debe" es advertirnos no tanto de la esterilidad de ese intento sino de sus efectos contraproducentes.

Valga esta reflexión para denunciar los efectos contraproducentes de la política exterior de Zapatero, que en los últimos días están siendo especialmente visibles en los casos del terrorismo islámico, de Marruecos o de Gibraltar. Salvando las obvias distancias entre ellos, la debilidad y la cesión que han caracterizado la política exterior de nuestro Gobierno desde 2004 parecerían seguir precisamente ese contraproducente intento de contentar a los que no se van a contentar.

Empezando por el terrorismo islámico, conviene recordar que la nefasta política exterior de Zapatero arranca precisamente con la decisión de dejar en la estacada a nuestros aliados en Irak para regocijo no disimulado –aunque sí silenciado– de todas las organizaciones terroristas islámicas del mundo. Lejos de saciar a los terroristas islámicos, lo que hizo esa vergonzosa decisión fue reforzar las exigencias de los islamistas para retirar también nuestras tropas de Afganistán y excitar aun más su histórica obsesión con Al Andalus. La imagen de que España era el eslabón más débil de la alianza occidental contra el terrorismo islámico, lejos de debilitarse, se ha reforzado a los ojos de los terroristas. Eso, por no hablar de la imagen de buen pagador que el Ejecutivo de Zapatero se ha labrado a la hora de "solucionar" secuestros. Ahora, ante el secuestro de los tres españoles en Mauritania, reivindicado ya por Al Qaeda, Zapatero ha vuelto a salir con la cantinela de la "cooperación", el "diálogo", la "prudencia" y demás palabras huecas y grandilocuentes que si bien han servido para disimular la debilidad y la cesión de su política exterior, están lejos de ser una forma responsable de enfrentarse a una organización tan criminal y fanática como la que nos ocupa.

Otro tanto podríamos decir de Marruecos. En los últimos días hemos asistido a cómo el régimen de Rabat tensaba la cuerda y amenazaba abiertamente a nuestro país a causa de la huelga de hambre de Aminatu Haidar, sin que el Gobierno español se haya replanteado sus serviles relaciones hacia el reino alauita y sin ni siquiera elevar la más minima protesta diplomática.

En cuanto a Gibraltar, aunque obviamente no sea apropiado equipararlo al caso del terrorismo o a un régimen despótico como el de Marruecos, es evidente que la política de cesión y condescendencia de Zapatero, lejos de acercarnos al objetivo de que el Peñón vuelva a convertirse en territorio español, está sirviendo para que la colonia británica nos humille de forma permanente. Tal es el caso de la retención de cuatro guardias civiles que llegaron hasta Gibraltar persiguiendo a presuntos narcotraficantes. Pese a que la actuación de los agentes de la Benemérita se ajustaba plenamente a las normas de la llamada "persecución en caliente", permitida por todos nuestros países vecinos, los guardias civiles fueron detenidos y sólo fueron puestos en libertad después de que Rubalcaba pidiera disculpas al ministro principal de Gibraltar. Eso, por no recordar el incidente que la Royal Navy había perpetrado días antes al hacer prácticas de tiro con la bandera española, o la "foto de la vergüenza" que meses antes había protagonizado Moratinos al posar ante el peñón uniendo sus manos con su homólogo británico y Caruana.

Lo malo es que esta política exterior, carente de principios y de la más mínima firmeza, lejos de ser rectificada, parece seguir empeñada en intentar contentar a los que no se van a contentar.

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