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Pedro de Tena

Hermann

Hermann, yo no voy a olvidar. Sé que lo que ha pasado es la historia de un señalamiento y sé que lo van a hacer con otros y con otras.

No tengo el gusto de conocer a Hermann Tertsch. Lo leía en El País hace años preguntándome cómo alguien con tanto sentido común y tanta finura democrática podía ser consentido por esa iglesia sectaria y oscura, administradora de una liturgia dogmática según la cual el mundo se divide en los buenos que obedecen y son fieles al libro de estilo de la casa y en los malos que son todos los demás. No es como se cree una división entre socialistas, progresistas, comunistas moderados y demás complacientes con el poder y derechosos, liberales, conservadores, carcas y demás sambenitos. No, de lo que se trata es de quienes obedecen a quienes, como ellos, tienen la comprensión precisa y exacta de la esencia de la historia universal, de la historia de España y del futuro deducible y quienes no la tienen. De lo que se trata es de quienes tragan y de quienes no tragan ante ese imperio. Dicho de otro modo, si eres Gallardón, un poner, aunque seas de derechas y originario incluso de la extrema, cuelas. Y si eres Leguina, otro poner, aunque seas socialista, no cuelas. ¿Por qué? Ah. Es preciso que las gentes crean que sólo pueden gobernar al país los que primeramente nutran a El País. Si no les ríes las gracias y subrayas –ya es el colmo–, patrañas y contradicciones, entonces acabóse.

Hermann ha sido golpeado en plena calle, pateado más bien por la espalda, como corresponde a quienes no pueden dar la cara, no vaya a ser que se le vea y entonces se acaben las coartadas y las farsas. No me quiero tomar a broma el asunto, ni quiero que el asunto se olvide sin más, atenazado entre el ridículo espantoso de una manifestación de colocados y la tragedia del pueblo saharaui personificado en una valerosa mujer que ha desafiado al sultán más sibilino del Magreb. Hermann ha sido golpeado, es decir, agredido, vejado, humillado y advertido. Pero antes fue despedido, invitado a irse o machacado por su periódico El País, el diario "independiente" de la mañana. No sabemos de qué es independiente este diario de la mañana, pero cada vez parece más claro que de una de las cosas que es realmente independiente es de la verdad de los hechos.

La historia de Hermann es la historia de un señalamiento. Él se fue señalando como persona crítica, con reflexiones liberales sobre la democracia, sobre el Estado, sobre la economía, sobre la comunicación y sobre el sindicalismo. Pero su señal era la de Hölderlin, la señal del hombre, lo que nos hace diferentes a los unos de los otros: la luz propia que emitimos al signarnos sin que sea necesario persignarnos, que eso ya es cosa de la fe. "Una señal, un signo, somos indescifrado". Pero a él lo fueron señalando de otro modo quienes indican a sus secuaces en quién hay que fijarse para promover lecciones de obediencia y sumisión, quienes sólo conciben un mundo, real y mental, el propio, y son incapaces de atender y de escuchar a otros porque no les hace falta buscar la verdad. Ellos ya tienen la verdad que suministran, entre otros, El País. Si Hermann fue despedido de El País es que Hermann debe ser un derechoso de mierda, un reaccionario, por añadidura, claro, un fascista al que hay que señalar como pecador en la plaza pública y aplicarle el escarmiento debido.

La patada en sí no es grave, aunque se haya llevado por delante alguna costilla. Lo grave de esa patada es que ha sido el resultado de un señalamiento. El bufón de la Sexta, sí, ese, también contribuyó a su señalamiento. Y fue señalado asimismo por los sindicatos de Telemadrid. Y por otros. Cuando uno es señalado de esa manera, de estilo mafioso y de ideología totalitaria, es para algo: para que el descontrolado de turno, o no tan descontrolado sino dirigido por control remoto, se encamine hacia el comportamiento que pretende anular la libertad de una persona. Nada es nuevo. En España, esto se ha vivido hasta el crimen sistemático en Cataluña, al principio de la transición, y sobre todo, en el País Vasco, donde a la gente se la señala por ser diferente, discrepante o disidente y se le pinta una diana en una pared para que los controladores de las pistolas hagan tiro al blanco en el momento procesal oportuno. Este es el comportamiento que puede extenderse como un reguero de pólvora si no le ponemos remedio.

Para ello, tenemos que comprender y entender profundamente que lo que le ha pasado a Hermann no es algo aislado, casual, fruto de un ataque de imbecilidad de un anormal, o un fanático o un estúpido. No. Se trata de una estrategia diseñada para aislar al disidente, para señalarlo, para dejarlo sin comer, eso lo primero, dejarlo sin pensar obsesionándolo o acosándolo y, si no se aviene a las órdenes del régimen totalitario que algunos al parecer quienes para España tras su afectada palabrería pseudodemocrática, entonces se le señala para otros fines menos amables. Si no se es importante, es decir, si uno no se ha convertido aún en signo de algo, de la libertad, de la bandera de España, de la cohesión nacional, entonces se le reduce al silencio, se le ignora, se le anula. Pero si ha conseguido alguna parcela o tribuna desde donde el signo puede verse desde la plaza pública, entonces la cosa cambia. Si el signado hace pupa y causa dolor, entonces se comienza el proceso de señalamiento que lleva a la violencia final.

Seguramente hay quien cree en que la patada en la espalda de Hermann es, además, una advertencia, un aviso a navegantes, por cierto, ahora muchos por la red. Por ello, no podemos olvidarnos de Hermann y de lo que ha pasado. No es un accidente ni una coincidencia. Es el resultado de un clima, de un ambiente, de un calentamiento, este sí, veraz de los ánimos con el fin de crear miedo en quienes defienden y defendemos la libertad y la veracidad en los hechos y en los dichos. Los que vivimos en Andalucía y hemos decidido hace mucho ser signos de libertad y de disidencia en el desierto de un régimen corrupto, sabemos cómo es este señalamiento, este ostracismo persistente, esta persecución silenciosa donde te dejan sin comer, te dejan sin trabajar, te dejan sin futuro, te dejan con el culo al aire y finalmente te machacan como si fueras un ajo destinado al aliño.

Hermann, yo no voy a olvidar. Sé que lo que ha pasado es la historia de un señalamiento y sé que lo van a hacer con otros y con otras. Me pasé media vida luchando contra las amenazas del franquismo y las injusticias de un sistema social desequilibrado y no me da la gana pasarme la parte final de mi vida peleando contra las amenazas de estos totalitarios. Desde el caso Guerra, el primer caso que me tocó contar en las páginas de El Mundo y el caso que me hizo comprender que la gran verdad del socialismo era mentira, hasta hoy ha llovido mucho. Pero en todos estos años, nunca había percibido como lo percibo ahora, que lejos de hacer una autocrítica a fondo de los comportamientos que han desprestigiado al socialismo y a la izquierda en general, estos progres prefieren calentar al respetable para que silencie a quienes desvelamos lo que hay detrás de las apariencias. Pues bien, hemos de prepararnos y dejar de lamentarnos de este despeñamiento de una izquierda incapaz de entender siquiera qué es y en qué consiste la libertad. Esto no ha hecho más que empezar. O seguir, según se mire.

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