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Juan Morote

El clamor del silencio

Cuatro de cada cinco ciudadanos de Cataluña consultados sobre su futuro político han guardado silencio; se han puesto de perfil y no se han sentido interpelados por la enjundiosa cuestión de la independencia. Ha sido un silencio masivo.

Hay ocasiones en que el silencio resulta estruendoso, perdón por el oxímoron típico. Hay momentos en los que los pequeños gestos o las miradas cómplices son los únicos refugios que la libertad encuentra para expresarse. También junto a éstos está el silencio. Estoy muy habituado a ver a la gente de San Sebastián bajar la cabeza y transitar en silencio por el Bulevar o la Avenida, mientras los asesinos de distinta implicación arman la gran algarada entre lo viejo y el Ayuntamiento. Las buenas gentes callan; es cierto que dicha actitud encierra un porcentaje de cobardía, pero muchas veces ese silencio encierra una denuncia callada.

El pasado fin de semana, varios miles de ciudadanos de Cataluña, digo ciudadanos de Cataluña puesto que no todos eran catalanes, fueron llamados a las urnas para que se manifestaran a favor de la independencia de Cataluña. Siguiendo la senda marcada por la consulta estatutaria, ganó el silencio. Los organizadores fueron de algún modo todos los partidos políticos que representan algo en Cataluña; bien es cierto que con diferente nivel de protagonismo. Hasta algunos concejales del PP se abstuvieron en la votación que aprobaba la realización de la consulta en sus respectivos municipios.

Es bien conocida la estrategia de aletargamiento social que genera el nacionalismo allí donde se implanta. Casi todo el mundo acaba dando por bueno aquello que no comparte, es más, incluso algunos llegan a ser capaces de defenderlo. Siendo esto extremadamente grave creo que no es lo peor. Me preocupa mucho más el proceso de mimetismo en el comportamiento político que la estrategia nacionalista está provocando. En el momento actual, no considero que exista ya en España ningún partido, al menos con vocación de gobernar, que se mantenga ayuno de la manzana del nacionalismo. Si analizamos los discursos perpetrados en los últimos años por casi todos los presidentes autonómicos, hallamos en todos ellos la común melodía de la necesidad del avance en el proceso de descentralización. Esta postura pivota sobre un doble argumento: en primer lugar, la reivindicación del hecho diferencial invocado sistemáticamente por los nacionalistas; en segundo, si el partido gobernante es a priori no nacionalista, la razón esgrimida es el agravio comparativo.

Así, fundamentalmente debido al hecho diferencial y al agravio comparativo nos encontramos inmersos en una espiral descendente a la que parece muy difícil ponerle freno. Sin embargo, en este contexto, cuatro de cada cinco ciudadanos de Cataluña consultados sobre su futuro político han guardado silencio; se han puesto de perfil y no se han sentido interpelados por la enjundiosa cuestión de la independencia. Ha sido un silencio masivo, el mismo que expresó el verdadero sentir popular hacia el nuevo Estatuto de Cataluña, que de modo mimético (igual que el primero), ha sido copiado por el resto de autonomías. Los ciudadanos han dado la espalda a esa nueva vuelta de tuerca para retorcer la historia y el futuro de España. Confiemos en que algunos políticos tomen nota de este silencio que, como la sangre derramada del justo Abel, clama desde la tierra.

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