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El auge del prohibicionismo

La izquierda está mejor situada en la carrera por prohibir: el intervencionismo político, económico y social está en su ADN. Pero mejor no engañarse: característico de esta época es el hecho de que la derecha se ha sumado a la fiebre prohibicionista.

Un fantasma recorre Europa, el fantasma del prohibicionismo. La fórmula estilística no es original, pero por desgracia su significado sí lo es. El prohibicionismo actual consiste en la masiva ofensiva de sus instituciones políticas contra las libertades de los europeos, ofensiva que es progresiva y que afecta cada vez a ámbitos más extensos de sus vidas. El Estado nacional y las instituciones comunitarias e internacionales han alcanzado tal poder administrativo, burocrático e incluso ideológico que están erosionando los principios básicos que han soportado la democracia, en todas sus variables, a lo largo de los siglos.

¿Ha tocado techo la democracia en Occidente y comienzan las libertades a decaer? Ignoramos el alcance histórico del suceso. Pero lo que no ignoramos es que las libertades están experimentando en Europa un retroceso cada vez más rápido. Cada vez se legisla más, sobre más aspectos de nuestra vida y sobre más personas. Y cada vez tienen los Estados nacionales y sobre todo las instituciones internacionales mayor capacidad técnica para que nadie escape al cumplimiento de las neoleyes, que afectan casi a todo: a la alimentación, la salud, el pensamiento, la enseñanza, el ocio, el arte. La voracidad legislativa en la Unión Europea es ejemplo claro de esta decadencia.

Desde luego que la izquierda está mejor situada en la carrera por prohibir: el intervencionismo político, económico y social está en su ADN. Pero más vale no engañarse: característico de esta época es el hecho de que también la derecha se ha sumado a la fiebre prohibicionista. En el Parlamento Europeo no pocas veces la derecha ha sido tan entusiasta en apoyar o lanzar prohibiciones, y en casi todas apoya a los integristas más exaltados, sea en asuntos relacionados con el tabaco, con el laicismo, con la alimentación o con la cultura.

Si esto es cierto en Europa, qué les vamos a contar de nuestro país. En España, a este fenómeno cultural se le ha sumado la llegada de Zapatero al poder en 2004 y el desfonde moral, de principios y de voluntad de defenderlos del PP a partir de 2008. Desde un punto de vista liberal-conservador el panorama durante esta legislatura es espeluznante. El Gobierno de Zapatero está instaurando obligaciones y decretando prohibiciones de manera cada vez más rápida, y curiosamente sólo el ruido mediático que ellas mismas provocan hace que no nos demos cuenta del calado de lo que ocurre. En los últimos meses se acumulan leyes contra la objeción de conciencia de médicos, contra el libre tráfico en internet, contra el tabaco, contra las corridas de toros, contra la conducción, contra las expresiones de cristianismo, contra los aires acondicionados. Un día los atropellados son los fumadores, al siguiente los conductores o los hosteleros, al siguiente los internautas o los profesores, al siguiente los comedores de hamburguesas o los católicos. De una u otra manera nadie escapa al integrismo prohibicionista de personalidades como De la Vega, Aído, Jiménez, Salgado o el propio Zapatero.

 La ofensiva prohibicionista del Gobierno va más lejos que muchos regímenes despóticos y autoritarios, pues los socialistas están legislando sobre todo tipo de ámbitos: económicos, culturales, morales, escolares, médicos. Lo peor es que mientras esto ocurre, parte de la derecha, con el PP a la cabeza, se suma a las prohibiciones –ignorando que la cuestión no es qué se prohíba, sino que se prohíba–, o evita mirarlas de frente con el autoengaño de la cortina de humo. Así que día tras día, semana tras semana, los españoles se despiertan con una obligación y una prohibición más.

Se cumple así la gran paradoja postmoderna: en nombre de los derechos y las libertades, éstos son limitados cada vez más mediante leyes cada vez más restrictivas. Surgen así dos preguntas: si este prohibicionismo rampante es frenable a medio o largo plazo, y si será posible en algún momento revertirlo.

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