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Ángel Martín Oro

Nada nuevo bajo el sol

Culpar de la crisis actual a la avaricia es como culpar de un accidente de avión a la gravedad: tanto la primera como la segunda son hechos inherentes a la naturaleza, humana y física, por lo que no constituyen una explicación ni rigurosa ni consistente.

Es una pena que el estudio de la historia del pensamiento económico haya quedado relegado a un segundo, o tercer plano, en las licenciaturas en Economía. En algunos casos los estudiantes pueden obtener su título sin apenas conocer ni haber oído apenas nada acerca de las principales corrientes del pensamiento económico actual, y mucho menos de su historia. Aunque quizás esto no sea tan destacable como el pobre conocimiento general en teoría económica que estos estudiantes obtienen de la carrera.

Una de las razones más importantes para estudiar esta historia es que a través de ella vemos cómo nuestros antepasados, académicos, intelectuales, o incluso teólogos han reflexionado acerca de problemas cuyas raíces no se diferencian demasiado de los nuestros. Por tanto, no es de extrañar que podamos extraer importantes lecciones de ello. Y es que la condición humana no ha cambiado sustancialmente en los últimos siglos y el objeto de estudio de la economía –la interacción y cooperación humana en el mercado, las consecuencias de la intervención pública en éste, etc–- sigue ahí, a pesar de idas y venidas de la historia y de los cambios sociales.

Para ilustrar esto quería efectuar dos reflexiones surgidas en la época de los autores de la Escuela de Salamanca (una escuela que algunos consideran la cuna de la teoría económica). Ambas nos transmiten la sensación de que casi medio milenio después, hay cosas que no han cambiado en absoluto.

La primera se refiere a la creciente complejidad de nuestro actual mundo mercantil y financiero. En efecto, especialmente en las finanzas de las últimas décadas, han surgido gran cantidad de instrumentos hasta el momento desconocidos –como los derivados (entre otros los Credit Default Swaps)–, con una sofisticación y complejidad técnica sobresalientes. Numerosos analistas ponen parte de la responsabilidad de la crisis en la excesiva complejidad del sistema en su conjunto, un sistema incontrolable que se ha salido de madre, en gran parte, sostienen, por culpa de la "desregulación" y creciente "liberalización" de los mercados.

Sin embargo, consideren la siguiente cita, del teólogo dominico Domingo de Soto, a mediados del siglo XVI: "Esta cuestión de los cambios, siendo como es ya suficientemente abstrusa por sí misma, se vuelve más y más complicada a causa de los subterfugios que a diario inventan los mercaderes, y más oscura a causa de las contradictorias opiniones de los doctores". (De la Justicia y del Derecho, de 1553-54).

Además de la disensión de criterio entre los expertos y los efectos que ello tiene sobre la desorientación de la opinión pública –algo muy actual–, destaca cómo de Soto se queja de las continuas tretas y subterfugios que usaban los mercaderes de su época, introduciendo una mayor complejidad sobre el análisis de los asuntos mercantiles. ¡En el siglo XVI!

Ayer y hoy los empresarios –los mercaderes del pasado– buscan continuamente nuevas formas de adaptarse al ambiente institucional vigente, ya sean a los valores y costumbres, o a las regulaciones y leyes. Dependiendo de cuál sea éste, esos empresarios actuarán en beneficio o detrimento de la mayoría. Es claro que el panorama institucional actual, especialmente en lo referente al dinero y la banca, está muy lejos de ser el adecuado y principalmente por ello acontecen crisis económicas y financieras como la que estamos viviendo.

Y en segundo lugar, considere la siguiente afirmación: "Todos los tratadistas [autores coetáneos de los doctores de la Escuela de Salamanca del XVI, pero cuyos análisis económicos fueron inferiores] comparten la idea subyacente de que los problemas de la economía castellana tienen sus orígenes en la codicia de los hombres, más específicamente en un grupo de hombres, los mercaderes". (Extraído del estudio introductorio de Luis Perdices y John Reeder a La escuela de Salamanca, de Grice-Hutchinson).

¿Le suena de algo? Seguramente no sea por haber leído a estos autores, sino por haber escuchado/leído a los medios de comunicación repetir una y otra vez que la codicia de los banqueros y capitalistas nos llevó al desastre colectivo. Como dice el economista Lawrence White, culpar de la crisis actual a la avaricia es como culpar de un accidente de avión a la gravedad: tanto la primera como la segunda son hechos inherentes a la naturaleza, humana y física, por lo que no constituyen una explicación en absoluto rigurosa ni consistente.

A veces uno se lleva la impresión de que no hay nada nuevo bajo el sol.

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