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Gina Montaner

Un dinosaurio en la era virtual

Le estamos diciendo adiós a la imprenta de Gutenberg para zambullirnos en la ola gigante que nos llevará hasta la otra orilla. Despoblaremos las estanterías de nuestras bibliotecas y algún día, tal vez, sobre mi mesilla de noche sólo descanse un eBook.

Ocurrió lo que me temía. O, más bien, sucedió lo que ya era imposible aplazar por más tiempo. Y precisamente han sido estas fechas navideñas las que facilitaron la transición.

Me explico. De golpe y sopetón, de la noche a la mañana, soy dueña de un iPod, un Kindle y un Macbook. Un extraterrestre recién llegado a nuestro planeta podría pensar que estos cachivaches con nombres de comida rápida pertenecen al decorado de la Guerra de las Galaxias. De alguna forma, yo creía lo mismo hasta el otro día. Gadgets de última moda para una generación experta en mensajes de texto y en la comunicación internáutica. Un mundo ajeno al mío, todavía con la memoria intacta de lo que fueron los tocadiscos, las máquinas de escribir eléctricas o los radio-cassettes.

Pero es inútil, y hasta pueril, aferrarnos eternamente al pasado por miedo a esos saltos que nos llevan a un futuro que acaba por ser el presente. Mis hijas llevaban mucho tiempo dándome la lata para que me deshiciera de mi viejo ordenador, lento como una carraca y con disco duro comatoso. Así que me decidí a entrar en la tienda de Apple, que es una suerte de santuario para los jóvenes, y me dejé seducir por la contagiosa amabilidad de unos empleados en edad universitaria que me convencieron de las maravillas que ha ideado el genio de Steve Jobs. Ahora pertenezco a la tribu de la aldea global que anda con un Mac a cuestas.

Bien, ya tenía una flamante computadora portátil y user friendly que me facilita la labor de escribir y googlear incesantemente. Pero continuaba apegada a un antediluviano aparato de CDs para hacer ejercicio y caminar en la estera. No había forma de compartir con otros las canciones que se "bajan" en iTunes. Era una ignorante total de las infinitas posibilidades que ofrece la miniatura del iPod, tan perfecto y en colores brillantes que recuerdan los caramelos de nuestra niñez. Papá Noel se encargó de traerme uno y he conseguido aprender a trasladar mi música favorita del ordenador a este prodigioso y liputiense artificio. A lo largo de una caminata salto de Bob Dylan a Iván Ferreiro y los Piratas, pasando por la música Indie de Kings of Leon.

Por si fuera poco, un buen amigo me acaba de regalar el libro electrónico de Amazon. Nunca creí que llegaría el día en que leería una novela sobre una pantalla, y no en papel y entre dos tapas duras. De todas las sorpresas de este último mes, ésta ha sido para mí la más impactante y revolucionaria. Le estamos diciendo adiós a la imprenta de Gutenberg para zambullirnos en la ola gigante que nos llevará hasta la otra orilla. Despoblaremos poco a poco las estanterías de nuestras bibliotecas y algún día, tal vez, sobre mi mesilla de noche sólo descanse un eBook con cientos de obras encerradas en su memoria. Ya "bajé" mi primera novela, la prometedora Jeff in Venice; Death in Varanasi, de Geoff Dyer. Aunque todavía me resulta extraña la sensación del texto virtual, me gustan la luminosidad de la pantalla y la posibilidad de adaptar el tamaño de la letra a mi vista cansada y miope.

El mundo cambia a la velocidad de la luz, y aunque con los años uno ya detecta cierta lentitud en los reflejos, lo más saludable es subirse a esta aeronave intergaláctica y sin destino fijo. No deja de ser otra aventura la de incorporar a nuestras vidas estos objetos inteligentemente diseñados y con nombres pegajosos. Seremos dinosaurios. Pero aún no somos fósiles.

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