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Gabriel Calzada

La tragedia los desconcierta

Es la acción de los seres humanos en el marco del libre mercado lo que nos puede permitir generar la riqueza, el capital y la energía barata con los que afrontar los embates de la naturaleza minimizando el sufrimiento y las pérdidas que provocan.

El terremoto que sacudió la capital de Haití el pasado martes se ha convertido en una escalofriante tragedia humana. El desastre natural ha acabado con la vida de decenas de miles de personas y ha mutilado la de muchísimos más.

Los fanáticos del ecologismo no soportan que la Gaia haya hecho tanto daño y algunos se han apresurado a responsabilizar al ser humano. Puestos a desfasar, lo suyo es echarle la culpa al cambio climático antropogénico. En efecto, algunos famosos como el actor Danny Glover ya han declarado que el calentamiento está detrás de la catástrofe de Haití. Según el actor de Arma Letal "cuando vemos lo que hicimos en la cumbre de Copenhague, esta es la respuesta, esto es lo que pasa". Ante afirmaciones como ésta, uno duda si esta gente ha perdido el juicio o si se trata de una versión macabra de los exagerados fotomontajes de Greenpeace sobre los efectos del cambio climático en España.

En el fondo, lo que ocurre es que el suceso de Haití no encaja en la visión que el movimiento radical ecologista lleva décadas vendiendo a toda la sociedad y eso les pone de los nervios. Por mucho que se empeñen en meter el eslogan hasta en la sopa, la naturaleza no es ese idílico marco armonioso que la actividad humana no hace sino desestabilizar. En esta y en otras muchas ocasiones podemos comprobar hasta qué punto la naturaleza es devastadora. En realidad, si no fuera por la acción cooperativa del ser humano para aminorar los efectos de los fenómenos naturales sobre el hombre, los habitantes del planeta serían muy pocos y estarían siempre luchando por la subsistencia. La muerte sorprendería a los hombres en múltiples circunstancias que hoy consideramos seguras y tanto la esperanza como las condiciones de vida serían muy reducidas.

En el futuro la naturaleza seguirá deparándonos sucesos de una extraordinaria fuerza cuyas consecuencias pueden resultar brutales para nuestra especie. Ante esta realidad, lo máximo que podemos hacer es defendernos y asegurarnos contra sus efectos dañinos. Para lograrlo tenemos que enriquecernos y ser capaces de desarrollar las instituciones con las que luchar contra las consecuencias de esos duros fenómenos naturales. En Japón, por ejemplo, la ocurrencia de terremotos de una escala similar a la del de Haití es algo relativamente frecuente. Sin embargo, los efectos sobre los seres humanos son enormemente inferiores gracias a que el progreso económico ha permitido a los japoneses levantar construcciones a prueba de la mayoría de los movimientos sísmicos que se dan en la zona. Además, el desarrollo de los mercados actuariales en el país asiático permite a los supervivientes reponer en poco tiempo los bienes destruidos.

Los ecologistas proponen restringir las actividades de mercado porque las responsabilizan de la pérdida de un paraíso que nunca ha existido. En realidad, es precisamente la acción de los seres humanos en el marco del libre mercado lo que nos puede permitir generar la riqueza, el capital y la energía barata con los que afrontar los embates de la naturaleza minimizando el sufrimiento y las pérdidas que provocan.

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