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Pedro de Tena

Haití

Nos estamos habituando a la muerte humana, no como un sacrilegio, como un crimen, sino como algo normal.

Mi corazón, escleroso y cansado, apenas siente nada ya cuando de la televisión salen miles de muertos de las calles de Haití. Los miro hacinados en las aceras como cartones olvidados y mi corazón no altera el ritmo de sus pulsaciones. Veo a un niño saliendo de los escombros como un extraño parto propiciado por dioses aún benévolos o quizá azarosos y sigo sin sentir nada especial. Tengo cincuenta y ocho años y durante bastantes de ellos me he familiarizado con la muerte por televisión, en las series, en los informativos, en los especiales y no especiales. Dice el refrán que "ojos que no ven, corazón que no siente", pero el otro pueblo, más práctico, añadió: "Ojos que no ven, mierda que pisas". ¿Puede uno quedarse ciego de tan ver? En ello estamos. Sí, detrás de todo, como diría Zubiri, está la realidad de lo sentido, distinguible de lo aparente, de lo ficticio, pero ya no podemos reaccionar, sentimentalmente, ante lo vivo lo mismo que ante lo pintado.

En 1755, terremoto de Lisboa, el gran Voltaire podía escribir en su famoso poema: "Filósofos engañados que gritan: ‘Todo está bien’, ¡Vengan y contemplen estas ruinas espantosas... Esos restos, esos despojos, esas cenizas desdichadas, esas mujeres, esos niños, uno sobre otro, apilados...!". Me parece increíble que a mediados del siglo XVIII, antes de las revoluciones que han transmutado nuestro mundo y nuestra cabeza, alguien, Leibnitz, el grande, pudiera haber reflexionado acerca del universo en su conjunto y haber afirmado que el nuestro era el mejor de los mundos posibles por el mero hecho de haber llegado a ser, a existir. Voltaire, partidario del cambio y de la reforma del mundo se yergue contra los que creen que la muerte de muchos o de pocos puede ser considerada un bien para la marcha del universo y de la sociedad. No, no todo está bien.

Miles de muertos sí, pero el mayor terremoto de la historia de la tierra es la especie, nuestra especie. Contemos los muertos de la guerra, de las dictaduras implacables, de los despotismos antiguos y modernos, de los grandes proyectos utópicos a los que no les tembló la mano al asesinar a sangre fría a millones de personas, desde el nazismo al comunismo, una vez desautorizado el imperialismo general desde los aztecas a nosotros mismos...¿Muertos en Haití? ¿50-60.000? Sí, pero por accidente, por destino, por azar, por desgracia. No por la mano altiva de quien se cree dueño de la vida y la muerte, del futuro y de Dios, siendo tan sólo un hombre.

Mi corazón, escleroso, apenas siente por la vida humana. Puede ser un horror el confesarlo, pero sólo parece abrirse al sentimiento ante el exterminio amoral de los animales indefensos, un perro, un gato, un canario, una gallina...porque ante el sufrimiento del inocente absoluto, la sangre aún calienta la pared de las venas. Cada vez es más claro que la muerte es costumbre, siempre lo fue de suyo la muerte natural, fuera súbita o esperada, fuera heroica o anodina. Hoy es la muerte violenta de seres humanos la que se ha hecho costumbre entre nosotros y la costumbre, el hábito, además de virtudes, tiene vicios, entre ellos, el del automatismo, el de la conducta maquinal, el de la insensibilidad.

Por si fuera poco, hay quien tiene muy claro que es mejor respetar el presente de los vivos, el vivo al bollo y el muerto al hoyo, que la inocencia de los que han de morir. Es mejor que muera el hijo engendrado que la vida de la madre sufra un revés, una complicación, un problema. Muerte de fetos de niños porque estorban al egoísmo de sus familias de origen, porque estorbarán con sus enfermedades, porque entorpecerán el futuro de quienes le cercenan el propio. Más muertos, miles de ellos. Y luego vendrá la muerte de los viejos, eso sí, para que no sufra nadie, otro estorbo para la vida de los que tienen el poder de la vitalidad, la fuerza de la salud y del dinero... Más y más muertos y lo que es peor, costumbre, hábito de jugar con la vida de los otros, de decidir quién debe vivir y quién no...

Hoy morir por encargo y a manos de un sicario puede costar 10.000 euros y tal vez me pase mucho. Y otros muchos siguen muriendo de hambre, de malaria, de montones de cosas. Muerte, muerte, muerte.

En esta noche, mar, en esta noche
en que mi sino solitario tiende
su milenario cuerpo por tus costas
mientras los viejos musgos y los líquenes
prenden grises hogueras a tu orilla
donde queman su óxido de sombra
las invisibles razas invernales
que algún día se fueron de la tierra
yo pregunto el destino de los muertos
que antes que yo nacieron y gimieron
para darme a la luz, de los que en siglos
y siglos, se tendieron como gérmenes
para que el fuego vivo de mi cuerpo

Eso escribía el poeta de los muertos, José Luis Hidalgo, antes de 1947. Ya no es posible preguntarse ni por el destino de los muertos. Estamos acostumbrados a verlos en las calles y en las casas. Es la ley de la oferta y la demanda. Cuando hay muchos seres vivos, la vida humana vale menos. Muere un periodista, cientos, en Méjico y en otras partes, asesinados por bandas y los pájaros siguen cantando. Mueren miles de personas en guerras lejanas y sigue su trino. Mueren el 11-M cientos de compatriotas y el gorjeo permanece. Nos estamos habituando a la muerte humana, no como un sacrilegio, como un crimen, sino como algo normal.

Y por si fuera poco, todo es relativo. Lo decía un profesor sevillano ante la pregunta de alguien interesado en saber si el islamismo era lo que estaba detrás de tanto fanatismo y violencia en atentados terroristas:

Bueno, hay que tener en cuenta que el musulmán entiende que toda su vida está orientada hacia Dios, hacia Allah, vamos. Cuando alguien se convierte en una bomba suicida no sólo se está sacrificando por una idea o una persona, sino por algo que él considera más profundo. Se sacrifica por la bondad de Dios, porque toda su vida está informada por él, desde la ley y las costumbres, la familia, la pertenencia al grupo; y todo ello es bueno y consecuente, porque es Dios quien lo quiere. Es un concepto distinto al occidental, pero si uno lo piensa, desde su perspectiva tienen razón.

Tienen razón, dice, y se va a dormir tan tranquilo siendo heredero de una cultura que tras siglos de asesinatos por razón de religión concibió un día la idea de la tolerancia y de la convivencia fundada en valores civiles. ¿Van comprendiendo ahora por qué mi corazón está esclerótico y por qué sigo comiendo mientras veo la muerte insoportablemente pegada a las calles de Haití? ¿Qué enfermedad es esta?

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