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Julio Pomés

Rentabilidad política de la desgracia ajena

Aprovecharse de la desgracia ajena para chupar cámara en los telediarios aparentando que hacen algo por las víctimas (en el caso de De la Vega todo lo contrario, estorbar), es una conducta que debiera ser repudiada por todos los medios de comunicación.

Me indigna que cada vez que hay un desastre los políticos corran a hacerse una foto in situ en la que se muestren como paladines de la solidaridad. Los medios de comunicación debieran evitar la publicación de esas instantáneas en las que esos personajillos se aprovechan de la desgracia ajena para publicitarse políticamente.

El viaje de la vicepresidenta primera a Haití, supuestamente para coordinar la ayuda española y asistir a una cumbre internacional, es un buen ejemplo de esta corruptela. Entiendo que nuestro país esté representado en la cumbre que se haga en algún país limítrofe al afectado, aunque la importancia de España en ese país de habla francesa sea menor que el papel que desempeñará Francia, Canadá o el vecino coloso norteamericano. Lo que no es de recibo es que la vicepresidenta vaya a estorbar la labor de los profesionales para hacerse unas fotos y tomas de cámara con las que tener notoriedad solidaria. Esta escena ya le fue filmada en Haití en agosto de 2008 con una monja navarra, Pilar Pascual, la directora de una escuela para los niños más miserables. Fue acompañada de un equipo de prensa para sacarse buenas fotos con la célebre religiosa. Tengo serias dudas de si habría hecho esa visita sin periodistas.

No sé cómo no se da cuenta esta señora de que esos viajes institucionales perjudican a los damnificados al desviar recursos de seguridad y tiempo de los directivos del socorro. Ya me dirán qué puede aportar esta política en un país desorganizado si, ni es médico, ni enfermera, ni bombero, ni tiene capacidad física para ser una cooperante más que entierre cadáveres. Los que están atendiendo un desastre ven turbada su dedicación a las víctimas cuando tienen que atender a unos políticos sin competencia técnica para resolver la tragedia.

Otro colectivo que padece estas intromisiones inoportunas es el de los controladores aéreos. Éstos tienen que dar prioridad al avión con el ‘pez gordo’ frente a los aviones que traen ayuda humanitaria. Ayer era noticia la imposibilidad de que aterricen los aviones con víveres y medicamentos. También la ‘supervisión’ con la que justifican su viaje puede molestar a los que han tomado el control de la situación, pues la unidad de acción es la primera regla en cualquier protocolo de intervención en catástrofes.

Por último, otro inconveniente de estos viajes institucionales es su coste económico. Hace dos años, la vicepresidenta primera hizo un recorrido por África acompañada de un gran séquito de políticos, funcionarios y periodistas, viaje que será recordado por unas fotos en las que ellas y sus colaboradoras posaban con vestimentas típicas de los países visitados. Ese viaje oficial costó mucho más dinero que la ayuda al desarrollo entregada a los países supuestamente supervisados.

Quizás la vicepresidenta tiene una razón urgente para conseguir un buen trozo de tarta mediática con lo de Haití: tapar el fracaso que supone la advertencia de Bruselas de que no puede forzar al sector privado a financiar la RTVE. La vicepresidenta no quiso escuchar las múltiples recomendaciones que muchos le hicimos y en breve recibirá un buen varapalo de la comisaria europea de la Competencia, Neeli Kroes, con la consiguiente desestabilización financiera de RTVE. 

Aprovecharse de la desgracia ajena para chupar cámara en los telediarios aparentando que hacen algo por las víctimas (en el caso de la vicepresidenta todo lo contrario, estorbar), es una conducta que debiera ser repudiada por todos los medios de comunicación. Los que merecen esos reportajes y el reconocimiento social son esos cooperantes anónimos que, sin pretender alcanzar notoriedad alguna, entregan su vida al servicio de los más desfavorecidos. Pilar Pascual, la monja de La Caridad citada, es un buen ejemplo.

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