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José García Domínguez

La derrota del populismo

Igual que en todas las naciones serias y vertebradas, el cambio de Gobierno apenas alterará nada fundamental allí. Así, tan liberal resultará ahora la política del "derechista" Piñera como antes lo fueran las de los "socialistas" Lagos y Bachelet.

Pertenezco a una generación que nació a la vida política marcada por el mito de Allende y la Unidad Popular, una generación que creyó en la Revolución con la misma fe que sus padres reservaban al Dios de las Escrituras. De ahí que aún hoy, tanto tiempo después de haber renunciado a la grandilocuencia de la utopía para descubrir, en palabras de otro de los nuestros, la modestia de la esperanza, aquellas imágenes del Palacio de la Moneda bombardeado sigan grabadas en su memoria sentimental. Por lo demás, habrían de pasar muchos, demasiados años hasta que también descubriésemos que no existía diferencia ontológica alguna entre Pinochet y Castro, que ambos encarnaban idéntica basura.

Lo mejor de Chile, sin embargo, es que, fiel a su tradición nacional, ha vuelto a convertirse en un país aburrido; uno de esos lugares, como Suiza, donde nunca pasa nada y la gente con lúcida indiferencia tiende a olvidar el nombre del tipo que ocupa la Presidencia. Civilización se llama esa delicada flor tan exótica por estos lares. Un orden moral que se corresponde con la muy arraigada mentalidad liberal de la sociedad chilena. Y una evidencia que se compadece poco con los análisis periodísticos a propósito de sus elecciones. Ésos que pretendían una radical dicotomía entre la Concertación y los ganadores. Y es que, igual que en todas las naciones serias y vertebradas, el cambio de Gobierno apenas alterará nada fundamental allí. Así, tan liberal resultará ahora la política del "derechista" Piñera como antes lo fueran las de los "socialistas" Lagos y Bachelet.

Pues, al modo que propugnaba Von Mises, un pensador mucho menos escolástico que algunos de sus discípulos, el liberalismo chileno no se deja encerrar bajo la disciplina de un único partido. Muy al contrario, su filosofía impregna a todas las grandes fuerzas parlamentarias del país. Un consenso civil llamado a decepcionar a la crema de la progresía europea, siempre ansiosa de que otros, en el Tercer Mundo, cuanto más lejos mejor, implementen sus proclamas incendiarias de café. Porque quien de verdad ha perdido en Chile no ha sido Frey, sino los populistas de los dos lados del Atlántico. "Aquéllos que predican doctrinas que saben falsas a hombres que saben idiotas", según feliz definición de H. L. Mencken.

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