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José García Domínguez

La alegre España ignorante

No nos engañemos, tras su fachada de ficticia modernidad, España adolece de la anomia cultural propia de las sociedades invertebradas del mundo en permanente subdesarrollo.

Horacio Vázquez Rial, el articulista más brillante que alberga esta casa, acaba de publicar en el suplemento Ideas un pieza soberbia sobre la muy audaz y desacomplejada ignorancia que retrata a la sociedad española contemporánea. Esa tara colectiva que se manifiesta en el desparpajo con que cualquier chisgarabís del tres al cuatro osa sentar cátedra sobre lo humano y lo divino en los púlpitos civiles. O en el olímpico desprecio por las jerarquías intelectuales que lleva a equiparar, en alegre promiscuidad, la última ocurrencia del indocumentadode turno a la reflexión fundada de un académico.

Por no mentar a los ministros y presidentes autonómicos a duras penas acreditados para opositar a una plaza de conserje; a los feroces anticlericales persuadidos de que tanto la letra como la música del Cantar de los cantares fueron obra de Joan Manuel Serrat; a la devota e innúmera cofradía de la adoración nocturna a Belén Esteban; o, en fin, a esos ilustres ágrafos de PP y PSOE que ahora peroran, solemnes, sobre un "pacto educativo", como si fuese el propio pacto quien hubiera de educar a los otros ignaros, igual que con desolada ironía ha resaltado el mismo Horacio.

La honda perversión de la escala de valores propia de la España tradicional que delatan esos síntomas; el impúdico exhibicionismo de tantas y tantos iletrados; su inopinado éxito social; la promoción a iconos colectivos de las y los semianalfabetos que, ubicuos, reinan en las televisiones; todo eso se corresponde con un país que ha pasado, sin solución de continuidad, de la era sin libros a la de internet. No nos engañemos, tras su fachada de ficticia modernidad, España adolece de la anomia cultural propia de las sociedades invertebradas del mundo en permanente subdesarrollo.

Una patología que, por lo demás, es fruto directo de la sistemática demolición de la red de instrucción pública en todos sus tramos, desde la Primaria a la Universidad. Empezando por la indiscriminada estabulación forzosa hasta los dieciséis años de la población reclusa en la ESO; continuando por el nanobachillerato de bolsillo de la Señorita Pepis; y acabando con la lonja de pescado donde hoy se rifan los títulos universitarios. ¿Y ahora dicen que van a arreglarlo con un pacto educativo? A buenas horas, mangas verdes.

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