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Juan Ramón Rallo

Intervencionismo sobre intervencionismo

Una banca libre podría autorregularse mejor que a través de una panda de políticos que sólo pretenden instrumentarla para su propio beneficio. Pero mientras los bancos detenten el privilegio de acudir a la Fed, no podremos hablar de banca libre.

Partamos de la base de que no creo que Obama, ni en general ningún político, se mueva ni un milímetro si no es para incrementar su control sobre la sociedad. Es un principio de sano escepticismo sobre la acción estatal que, a tenor del desproporcionado crecimiento y expansión de nuestros Leviatanes durante todo un siglo, considero bastante prudente.

Así, entiendo que muchos sospechen que las nuevas regulaciones que ha propuesto Obama para el sistema financiero –y que medio mundo se ha afanado ya en copiar, demostrando una vez más los pocos escrúpulos que tienen los políticos a la hora de aplicarnos el rodillo legislativo ante cualquier ocurrencia– tienen como propósito real acrecentar su poder y limitar el del mercado. Yo también lo creo y tras un año de presidencia de Obama, sólo sus feligreses deberían dudar de ello.

Ahora bien, dicho esto, no pienso que debamos descartar in toto su propuesta reguladora de ayer, que en esencia no es suya sino de una cabeza bastante bien amueblada en asuntos monetarios, como es la del ex presidente de la Fed Paul Volcker.

La normativa contiene dos grandes medidas. Una de ellas es por completo absurda y demuestra una vez más que a algunos no les interesa demasiado la historia. Obama pretende limitar el tamaño de los bancos impidiendo que ninguno acumule más del 10% del total de los depósitos del país. De este modo, barruntan, no habrá "bancos demasiado grandes para quebrar" y los contribuyentes no se verán forzados a rescatarlos. Cuando quiebre un banco pequeño, se lo podrá dejar quebrar –o se podrá optar por rescatarlo por cuatro dólares– sin riesgo a que contamine al resto del sistema.

Me sorprende que alguien siga creyendo en estas tonterías, máxime cuando el tamaño, a estos adoradores de la burocracia, sólo parece importarles en el sector privado. Estos señores que quieren impedir que haya bancos demasiado grandes son los mismos que luego abogan por incrementar las competencias del mayor banco de Estados Unidos –la Reserva Federal– y los que, por supuesto, no tienen ninguna pega a la hora de cebar el déficit público hasta las cifras más mórbidas de la historia.

Además, como digo, bastaría que se fijaran en el episodio de la Gran Depresión para que se dieran cuenta de lo estériles que son sus medidas para limitar el tamaño de los bancos. Durante los años 20 del siglo pasado, el sistema bancario de Estados Unidos estaba enormemente atomizado, de modo que las brutales expansiones crediticias que emprendió la Fed afectaron, no a unos pocos bancos grandes, sino a decenas de miles de bancos pequeños. En 1929 había 25.000 bancos en Estados Unidos; cinco años más tarde habían quebrado 10.000. ¿En qué sentido es más aconsejable rescatar 25.000 bancos que hacerlo con cinco? Ya se lo digo yo: en ninguno. Lo relevante no es el número de bancos, sino el tamaño del sistema bancario. Y obviamente sobre esto último Obama no se ha preocupado.

Hasta aquí los sin sentidos de la regulación. Vayamos con la otra medida que, salvo por los temores sobre cómo se va a implementar, considero bastante adecuada. Obama pretende restaurar la Ley Glass-Steagall aprobada durante la Gran Depresión y derogada parcialmente por Greenspan (a través de diversas excepciones que la fueron erosionando) y definitivamente por Clinton en 1999 (con la Ley Gramm-Leach-Bliley).

El objetivo de la Glass-Stegall era separar la banca comercial de la banca de inversión, es decir, que los bancos que captan depósitos y que pueden pedir dinero prestado al banco central no tengan permitido ni hacer trading por cuenta propia en la bolsa (lo que muchos llamarían con cara agria "especular") ni patrocinar ciertas emisiones de valores.

Muchos opinarán que debe ser el mercado y no el Estado quien fije este tipo de regulaciones... entre ellos yo. Creo que una banca libre podría autorregularse infinitamente mejor que a través de una panda de políticos que sólo pretenden instrumentarla para su propio beneficio. Ahora bien, no conviene olvidar que la banca actual dista mucho de ser libre. Mientras los bancos comerciales detenten el privilegio de refinanciar sus fondos de maniobra negativos en la Reserva Federal, trasladando su iliquidez al resto de la sociedad en forma de inflación, no podremos hablar de libertad bancaria.

Thomas Tooke, uno de los grandes teóricos de la banca en el s. XIX, lo dejó escrito: "La libertad de los bancos es la libertad para estafar". Cierto, pero sólo cuando los bancos prosperan a la sombra del Gobierno y de sus privilegios, esto es, cuando no son realmente libres sino que sólo lo parecen.

Obama, con sus regulaciones, ha venido a recortar alguno de estos privilegios (aunque, a la espera de leer los detalles, mucho me temo que pretenderá arrimar el ascua a la sardina de la deuda pública y si no, al tiempo). Así, los bancos comerciales ni podrán emplear el dinero de sus depositantes ni podrán pedir prestados fondos a la Reserva Federal para realizar algunas operaciones con activos a largo plazo y bastante arriesgadas (como el trading por cuenta propia). Además, tampoco estarán cubiertos por el fondo de garantía de depósitos a la hora de especular, lo que en principio debería incrementar un poco su prudencia.

Dicho de otra manera, con esta regulación se limitarán algo las brutales expansiones crediticias que dan lugar a los ciclos económicos y que son fruto del descalce de plazos de la banca y de las políticas laxas de los bancos centrales. Lo cual no significa, tal y como rápidamente ha anunciado Obama, ni que vayan a desaparecer las crisis (ya que siguen existiendo muchos otros circuitos por los que expandir el crédito) ni que los contribuyentes no vayan a tener que seguir sufragando rescates bancarios.

Para lograr estos dos objetivos sería necesaria regresar a una auténtica libertad bancaria: libre acuñación de moneda, abolición del curso forzoso y libre competencia entre bancos centrales (tal y como propusiera Hayek en 1976 con su opúsculo La desnacionalización del dinero). Pero eso ni siquiera el revolucionario Obama se atreverá a aprobarlo, pues al fin y al cabo el principal interesado en manipular artificialmente el crédito y la economía es el propio Obama.

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