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Cristina Losada

Pacto por la imposición

La audacia con que el nacionalista profiere falsedades en la capital del Reino tiene razones. Una razón: cuelan.

El ministro Gabilondo está empeñado en hacer más democrático y ameno el sistema educativo. Es otra manera de aplicar aquel exabrupto anti-intelectual que soltó Solís en pleno franquismo: "Menos latín y más gimnasia". Con ese lúdico objetivo en mente ha de escuchar estos días a los partidos nacionalistas, por lo cómico de negociar un pacto de Estado con quienes tiene por objetivo destruirlo. El BNG y ERC han desvelado cuáles son sus prioridades para ese acuerdo en materia de enseñanza: las de siempre. Exagero con el plural. Les preocupa una sola cosa. Mantener y extender la proscripción del español de las aulas, los libros, los pasillos, los claustros o los recreos. Ni el fracaso escolar, ni la baja calidad, ni la falta de autoridad les quitan el sueño. El único pacto al que aspiran es aquel que garantice la permanencia de la imposición lingüística.

Para hacer pasar la píldora, recitan los nacionalistas en Madrid palabras que empiezan por "pluri". El BNG ha hecho saber que no apoyará ningún pacto que no respete el carácter plurilingüistico y pluricultural del Estado. Y Esquerra ha manifestado inquietud por la "voluntad de uniformizar" que, barrunta, anida en el proyecto. Ninguno de los dos partidos muestra respeto alguno por la pluralidad lingüística de los ciudadanos de Galicia y Cataluña. Ambos son partidarios de uniformizar a la población bajo una sola lengua. Pero en Madrid se presentan como ardientes defensores de lo plural sin que nadie les rechiste. Y aún se permiten más, como la diputada del Bloque al asegurar, contra toda evidencia, que nadie, y menos los suyos, reniega (sic) de la enseñanza en la lengua de Cervantes.

La audacia con que el nacionalista profiere falsedades en la capital del Reino tiene razones. Una razón: cuelan. Allí, prescinde de proclamas incendiarias, asume pose respetable y explota el sentimiento de culpa por el centralismo, aún décadas después de una descentralización completa. Luego, gracias a la miopía, tantas veces voluntaria, de las instituciones del Estado, consigue que su odiado Madrid le permita casi todo y no se entere de casi nada. El ministro de la Educación divertida no promete ser una excepción a esa regla. Él no quiere "dramatizar" los problemas lingüísticos y su Gobierno no reconoce que existen.

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