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Juan Morote

¿Dignidad del cine?

Si uno sólo de nuestros llamados "cineastas" tuviera simplemente vergüenza, ya habría rodado alguna película en honor de la dignidad de las víctimas del terrorismo incluidas, por supuesto, las del once de marzo.

Muy pero que muy descansado se ha quedado el presidente del Gobierno elogiando la dignidad y la justicia del cine. Lo segundo lo dejaré para otro día. Voy a centrarme en el disparate que supone hablar de la dignidad del cine. Viene a resultar lo mismo que hablar de la culpabilidad de un arma. Aunque no podemos desconocer que su única intención era banalizar la reivindicación de las víctimas del terrorismo y sus familiares, que desde hace años vienen reclamando memoria, dignidad y justicia.

Debiera saber el ágrafo presidente del Gobierno, que la dignidad forma parte esencial de la persona y, por tanto, es previa al Derecho. La dignidad no necesita reconocimiento jurídico para existir, éste será requisito imprescindible para la legitimidad del orden jurídico. En dicho sentido se dirige la reclamación de las víctimas.

El reconocimiento de la dignidad, en el mundo del derecho, se produce en los textos constitucionales posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Hasta que los totalitarismos, socialistas y nacionalsocialistas, arraigan en el período de entreguerras no había hecho falta. Los regímenes liberales del XIX nunca se lo plantearon porque les parecía evidente que la persona estaba investida de dignidad intrínsecamente y en cuanto que persona; de ahí derivaba su condición de ser libre. Se partía de la identidad de ser humano, ser libre y ser persona.

La dignidad es inherente a la condición humana individual, se puede afirmar que allí donde hay vida humana hay dignidad, y esto aun en los casos en los que no haya ni conocimiento de la misma, ni capacidad para ejercerla. Sólo se tiene dignidad, por consiguiente, en tanto que se es persona. De la dignidad derivan todos los derechos fundamentales, que de igual modo van indisolublemente ligados a la condición humana, sin que el poder político pueda otorgarlos o denegarlos.

Pedirle a José Luis Rodríguez que distinga entre la titularidad del derecho y la posibilidad de ejercerlo es como pedirle a su amigo Chávez que entienda la palabra libertad. Fíjese ZP, es muy sencillo: cualquier ser humano es una persona investida de dignidad, y por ese hecho tiene una vocación a la libertad y a que todos los derechos fundamentales de los que es titular sean respetados, con independencia del país donde viva. Le pondré otro ejemplo más multicultural: las mujeres en Irán tienen exactamente la misma dignidad y, por ende, los mismos derechos que en los Estados Unidos, sólo que en el primer caso un régimen despótico les impide ejercerlos. Lo mismito ocurre con los ciudadanos cubanos y su amigo el tirano de Birán, quien se encarga de que no puedan ejercerlos.

De este modo, señor Rodríguez Zapatero, no trivialice el concepto de dignidad. Para despreciar a las víctimas no lo necesita. Ya sabíamos todos que es usted un apóstol del relativismo. Su objetivo de humillar a las víctimas, de manipularlas, cuenta con coadyuvantes espontáneos como Gómez Bermúdez o Garzón. Si uno sólo de nuestros llamados "cineastas" tuviera simplemente vergüenza, ya habría rodado alguna película en honor de la dignidad de las víctimas del terrorismo incluidas, por supuesto, las del once de marzo. Ese día siempre lo recodaremos si hacemos justicia con la historia, como el salvoconducto que llevó a Zapatero a la Moncloa.

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