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Alberto Acereda

La guerra interna de la derecha

Hoy puede decirse que estamos asistiendo otra vez –y al hilo de esta batalla interna– a la revitalización de la derecha, aunque de forma más espontánea y con Obama como el verdadero revulsivo que ha despertado a la ciudadanía estadounidense.

En las filas del Partido Republicano hay una positiva batalla interna. Gracias a la gestión de Obama y de sus escuderos en el Congreso, el Partido Demócrata no cuenta ya –según recientes encuestas como la de ABC/Washington Post– con la confianza de los votantes. La mayoría de los norteamericanos afirman también en el último sondeo de la CNN/Opinion Research que no votarían ya por Obama en 2012. El desencanto general que se vive aquí no coincide con el bombo y platillo que los medios siguen dándole a este presidente, ni mucho menos con la general desinformación fabricada por la progresía mediática.

Claro está que hasta 2012 queda mucho camino y las cosas pueden cambiar, pero para las intermedias restan apenas nueve meses. A día de hoy, los republicanos tienen mucho que ganar en un giro electoral cuya rapidez no tiene precedentes en la historia estadounidense. Analistas como Michael Barone apuntan que desde 1946 no había estado tan mal el Partido Demócrata. Otros, como Dick Morris, aseguran con sondeos y datos que los republicanos recuperarán la mayoría en las dos cámaras del Congreso. Es en ese contexto donde aparece una necesaria guerra interna entre los republicanos "centristas" y los "conservadores", decididos estos últimos a acabar con demasiados años de moderantismo inútil y centrismo ineficiente.

Desde hace varios meses Estados Unidos está siendo testigo del impulso popular del movimiento del "Tea Party", cuya convención tuvo gran éxito hace sólo unos días con el discurso de Sarah Palin. Esta misma semana, varios líderes conservadores norteamericanos firmaron la importante Declaración de Mount Vernon como vehículo para reivindicar los principios básicos del conservadurismo y de la Constitución. A la hora de escribir estas líneas, Washington vive otra edición más del Congreso Conservador de Acción Política (CPAC), con la presencia de los nombres más importantes de la derecha norteamericana. Nuestros lectores sabrán ya que al hablar de conservador, estamos apuntando al término liberal-conservador en España, asunto que ya hemos aclarado otras veces y que en estos días ha matizado Francisco Carrillo Guerrero en acertado y clarificador artículo.

Si José María Marco sintetizó con destreza la nueva revolución americana impulsada por Reagan y seguida en 1994, hoy puede decirse que estamos asistiendo otra vez –y al hilo de esta batalla interna– a la revitalización de todo aquello, aunque de forma más espontánea y con Obama como el verdadero revulsivo que ha despertado a la ciudadanía estadounidense. La ejemplificación real de que este movimiento reformador está en ascendencia se observa con mayor nitidez en el seno mismo de la derecha norteamericana, donde los acomodados centristas no quieren dejar el mando y donde los conservadores quieren retomarlo sobre los principios constitucionales. Es por ello que candidatos del GOP tradicionalmente aceptados y apenas retados en sus asientos senatoriales, como el mismo John McCain en Arizona, están ahora teniendo que librar una batalla en las primarias con otros candidatos de su mismo partido. El problema para centristas como McCain es que sus oponentes, en este caso J.D. Hayworth, resultan mucho más conservadores y cuentan con creciente apoyo entre los votantes del GOP.

Hayworth, por ejemplo, fue congresista por Arizona en la Cámara de Representantes en Washington entre 1995 y 2007. Llegó al Congreso con el impulso de aquella revolución americana de 1994 y sus años allí fueron de los mejor valorados por parte de varias asociaciones y centros conservadores. La pérdida de su escaño en el Congreso vino en 2006, como consecuencia del mal año de los republicanos en el periodo final de la presidencia de George W. Bush y con una Guerra en Irak en pleno apogeo y sin la escalada militar todavía en marcha. Pero los hechos y los votos de cada uno son los que son y la ciudadanía los podrá comparar antes de la elección del verano. En cada caso, Hayworth lleva las de ganar con los conservadores.

McCain es un peso pesado, como prueba el hecho de que fuera el nominado por el GOP en las presidenciales de 2008, aunque sabemos bien cómo acabó su campaña. A día de hoy, el Comité Nacional del Partido Republicano no se ha decantado todavía entre uno de estos dos candidatos, quizá porque no le interesa dividir oficialmente el asunto ya que esta plaza de senador en Arizona se mantendrá casi con toda seguridad republicana, gane quien gane las primarias. Con todo, esta elección es sintomática de que las cosas están cambiando en la derecha norteamericana, con unos votantes del GOP que exigen a sus representantes un espíritu auténticamente conservador. McCain, por supuesto, ya se ha encargado de desprestigiar a Hayworth y de hacerlo, además, sin contemplaciones, algo que contrasta con la débil campaña presidencial de McCain frente Obama y su escasa fuerza a la hora de retarle.

Traemos a colación esta elección en Arizona por su significación (a pesar de no ser la única de este tipo) y particularmente porque también ha salpicado a Sarah Palin. McCain le pidió su apoyo como pago de vuelta tras elegirla como su candidata a la vicepresidencia. Obligada por las circunstancias, Palin ha tenido que dar su apoyo a McCain aunque a sus solas pueda pensar otra cosa. Los casi treinta años de centrismo de McCain en Washington empiezan ya a resultar cuestionados. Gane McCain o Hayworth, Palin cumple así con su deuda personal hacia McCain sin cerrarse el camino para un posible intento presidencial en 2012 y asegurando que si se presenta no será en un tercer partido sino en el GOP.

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