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Emilio J. González

Les llega el turno a los funcionarios

Que se vayan preparando los funcionarios: tarde o temprano el presidente va a meter la mano en su sueldo para conseguir recursos con los que seguir jugando a gran líder progresista mundial.

Zapatero no se detiene ante nada ni ante nadie con tal de poder seguir financiando sus caprichos políticos y sus ocurrencias con dinero público. Le da lo mismo que para ello tenga que sacrificar el bienestar de cientos de miles de personas, porque para él las personas no cuentan. Sólo le importan sus sueños. Acabamos de conocer que Hacienda estudia recortar el sueldo de los funcionarios como medida para ir ajustando el gasto público y reduciendo un déficit que, según los propios datos de Hacienda, en 2009 se situó en el 9,5% del PIB sólo para el Estado. No cabe duda de que ese agujero es monumental y de que su cierre exige y exigirá muchos sacrificios. Y puede que los funcionarios tengan que hacerlo. Pero antes hay otras muchas partidas del gasto público sobre las que incidir. ¿Qué dice el Gobierno al respecto? Nada de nada.

Hoy por hoy, estar tirando el dinero a manos llenas en financiar los proyectos más surrealistas que puedan surgir en lugares como Vietnam o Afganistán –como está haciendo Zapatero para ser el más progre de la clase y que nos han costado el año pasado alrededor de 5.000 millones de euros– es un lujo que nuestro país no se puede permitir. Despilfarrar el dinero en ministerios y programas como los que está financiando la ministra de Igualdad, Bibiana Aído –que lleva ya gastados 6,5 millones de euros en subvenciones como el estudio para el mapa del clítoris o la ayuda a los gays y lesbianas de Zimbawe– es algo realmente difícil de comprender cuando el Estado tiene los problemas financieros que tiene. Pero a Zapatero eso le da lo mismo y en vez de meter la tijera donde la tiene que meter, cerrando ministerios inútiles, reduciendo la legión innecesaria de asesores del Gobierno, acabando con los dineros que se entrega a los sindicatos para comprar su silencio y poniendo fin a los miles y miles de millones que está dilapidando en fomentar su imagen de gran maestre de la progresía mundial, en vez de hacer todo eso, ahora quiere bajarle el sueldo a los funcionarios.

Yo no digo que quienes están al servicio del Estado no tengan que asumir también su parte del sacrificio necesario para salir de la crisis, sobre todo cuando tienen asegurado su empleo de por vida. Pero eso tendría que hacerse cuando ya no hubiera más remedio, lo que hoy no es el caso. No hay que olvidar que los funcionarios, aunque tienen su trabajo seguro, no disfrutan de sueldos precisamente elevados. Muchos de ellos, incluso, son mileuristas o sus emolumentos apenas superan ese nivel. Por ello, antes de pedirles un sacrificio económico como el que baraja el Gobierno debería procederse a recortar otras partidas. No hay que ser licenciado en Economía para comprenderlo; tan sólo basta con tener un poco de sentido común y empezar por prescindir de lo superfluo e innecesario, que con este Gobierno es mucho.

Además, teniendo en cuenta la gravedad de la situación de las finanzas públicas españolas, el Ejecutivo debería entender que su saneamiento le corresponde a todas las administraciones, no sólo al Estado y, por tanto, exigir tanto a las autonomías como a las corporaciones locales que dejen de despilfarrar el dinero como lo están haciendo y asuman su parte en el proceso de ajuste presupuestario (que, al manejar dos terceras partes del gasto público de nuestro país, debería ser la más importante). Ahora bien, para hacer eso hace falta voluntad, capacidad política y autoridad moral. Zapatero carece de ambas. ZP no tiene capacidad política porque si exige a los reyezuelos de las diecisiete taifas españolas que se aprieten el cinturón, éstos, sobre todo los de su partido, se van a rebelar contra él. No tiene voluntad porque, en el fondo, el presidente del Gobierno es el primero que quiere seguir gastando y gastando, como ya nos ha dejado bien claro. No tiene autoridad moral porque quien dilapida el dinero como lo está haciendo el inquilino de La Moncloa no puede pedir a nadie que se abstenga de hacer lo mismo.

Ante semejante realidad, ¿quién paga los platos rotos? Pues ni más ni menos que los ciudadanos, cosa que a Zapatero le importa bien poco porque para él lo que cuentan son sus sueños, no las personas. Si no fuera así, hoy se estaría preocupando por ver cómo se puede, por lo menos, dar de comer a esos cientos de miles de personas que han perdido su trabajo y luego el derecho a su prestación por desempleo y tienen que mendigar en las calles para conseguir un mínimo con que pagar su sustento y el de su familia. Y, encima, tiene el descaro de hablar de protección social. Pues si ésta es la forma de ayudar a quienes verdaderamente lo necesitan en estos momentos, que se vayan preparando los funcionarios porque tarde o temprano el presidente va a meter la mano en su sueldo para conseguir recursos con los que seguir jugando a gran líder progresista mundial. Que no se llamen a engaño: a ZP no le importan las personas, sólo sus sueños.

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