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Alberto Gómez

Esto apesta

Es difícil, por su cercanía temporal y sentimental, explicar por qué este país se ha dejado torcer el brazo por una minoría que destruyó las pruebas y aprovechó la masacre del 11-M para dar un vuelco electoral. No se me ocurre otra cosa si no es el terror

Freud decía que la sociedad puede asentarse en el silencio después del asesinato en común contra el patriarca de la tribu. No es mi explicación, pero en ocasiones se justifica de este modo la Revolución Francesa. Después de que los revolucionarios asesinaran al Rey de Francia, el terror hizo que se blanqueara la realidad de ese acontecimiento sangriento y totalitario hasta ponerlo en la raíz misma de la Europa moderna (cuando fue, en todo caso, una secuela perversa de la Ilustración). El terror y la violencia subsisten ritualizados en forma de amenaza de destrucción personal por los medios de comunicación. Como dijo Solzhenitsin, mentiras y violencia pueden ocultarse mutuamente y de paso sostener un régimen. Y así ha sido muchas veces desde entonces.

Es difícil, por su cercanía temporal y sentimental, explicar por qué este país se ha dejado torcer el brazo por una minoría que destruyó las pruebas y aprovechó la masacre del 11-M para dar un vuelco electoral. No se me ocurre otra cosa si no es el terror. Terror ante quien es capaz de hacer una cosa así, sea de dentro o de fuera. Y ya puestos a temer, entonces mejor que sea de fuera.

En las casas de familias con reputación, los trapos sucios se lavan de puertas para adentro, sobre todo si nos mudamos a una vecindad con pretensiones. Se teme al hermano drogadicto que hace desmanes por la casa, pero más terror inspira el que se enteren los vecinos. A las elites educadas en el master aquí, la conferencia allá y los simposiums acullá y que han construido el Matrix de un país moderno, equiparable-a-otros-de-nuestro-entorno, se les helaría la sangre sólo de verse en la tesitura de explicarles qué ocurrió realmente desde el 11M al 14M a sus amigos ingleses o franceses o peor aún, italianos. También el pueblo llano, criado al arrullo adormecedor de los telediarios, sentiría vergüenza de sí mismo y de sus sueños de progreso si tuvieran que admitir que en la España construida y votada por ellos rebrota la inmoralidad y la corrupción criminal que conocieron sus abuelos. En cuanto a los directamente beneficiados, mejor no comentar nada. Este es un país donde se tapan desde los balances de los bancos hasta los asesinatos en masa por el que dirán.

Los colegios se adornan con palomas de la paz y los anuncios de compresas prometen sueños inmaculados. Quizá tanta blandura y asepsia sean para destruir los anticuerpos sociales ya desde la infancia y aprender a soportar el olor a putrefacción que escapa por los descosidos de un régimen edificado sobre las mentiras de una masacre.

En España

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