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Bernd Dietz

11-M

Resulta inviable acceder a una posición de liderazgo sin una probada aptitud para la vileza, obviamente combinada con un nada modesto virtuosismo en las artes de la mixtificación.

A Arcadi Espada
El mundo se ha hecho viejo y sabe ya más que el diablo. La pasta que lo une es la mentira, el más fértil subproducto de la creatividad, comparable al lemming noruego o al conejo australiano. Y es su sustancia nutricia, claro, el interés. La parte no humana de la creación, llamada naturaleza, ha sido hecha sierva de los hombres, cuya hegemonía seguirá engordando conforme prosigan bendiciéndonos la ciencia y la tecnología. No cabe esperar la destrucción del planeta ni su colapso ecológico. Pese al ascendiente de la estupidez y la arrogancia, atributos clásicos del género humano, siempre serán más vigorosos el egoísmo, la maña, la capacidad de cálculo y de rectificación in extremis. Chaqueteros por ahorro, cobardía e instinto de supervivencia, los humanos hemos demostrado muchas veces capacidad de adaptación al mal menor, destreza para transigir cuando no hay tu tía. El progreso. No un progreso moral, ni un progreso intelectual, mas sí un progreso en esa aptitud de torcer en favor propio lo dado que se desarrolla, por malicia, con el paso del tiempo.

Resuelto eldominium terrae, y salvaguardada la actividad científica en virtud de la rentabilidad del conocimiento (fruto además de la noble inquietud por saber de ciertos personajes insobornables, que indagan porcupido sciendi), cuanto resta es político. La política es el conjunto de procedimientos que dan respuesta a la desigualdad objetiva e innata entre los seres humanos. Para gestionarla con escalonada sofisticación, en una monarquía absoluta, en una dictadura comunista o en uno de nuestros simulacros postmodernos. Podrá ese estado de naturaleza hobbesiano encauzarse, dirimirse o camuflarse de mil maneras distintas, en sentido reactivo o proactivo, bajo cuerda o a la vista de todos. Invariablemente lo hará a impulsos de la vanidad, la codicia, la manipulación o, fugaz y homeopáticamente, de la bondad. Pero en esa parcela tampoco es factible detectar signos de un progreso axiológico. La educación es al avance y la extensión de la ética lo que el adiestramiento de un criado, un autómata o un animal de circo al fomento de su autonomía: antes bien la implantación, más o menos lograda, de determinados reflejos condicionados sobre la base del premio o el castigo, al objeto de propiciar, normalmente bajo un disfraz paródico, la obediencia.

Las élites han acertado de continuo a modificar sus modos de actuación y retórica en el marco de un dinamismo que busca mantener e incrementar la eficacia. Su control transversal, a despecho de labias partidistas y modernizaciones santurronas. El hombre necesita variedad y un cierto toque de sorpresa de tanto en cuanto, como los que rítmicamente le proporcionan la moda y la opinión pública vigentes cada temporada, a fin de preservar pedaleante y con ánimo roborante la ilusión, que es uno de los nombres que conferimos al engaño. Ello no merece, por Dios, el rótulo de dialéctica histórica. Embaucamos y somos confundidos porque la ficción es comprobadamente más barata y menos extenuante que la verdad consecuente. La razón por la que resulta imposible destronar la tiranía es porque cada uno de nosotros encierra un tirano en germen, que denunciará en los demás lo que no haya sido capaz aún de lograr por su cuenta. No queremos que se enriquezcan y promocionen los otros, pero querríamos enriquecernos y promocionarnos nosotros. No nos gusta vernos sojuzgados por otros, mas querríamos tener a otros sometidos a nosotros. Las funciones de sujeto y de objeto son asimétricamente canjeables, igual que son bizcochables el rigor académico, la jurisprudencia, la religión, la filosofía política, el ordenamiento económico y sus floridos raseros.

Ciertamente han existido y continúan existiendo, sobre todo en países de impronta kantiana o en los que es de mal tono el compadreo mafioso tan típico de la latinidad, figuras honestas, sabios bienintencionados y mentes esclarecidas, en quienes la vocación de ejercer el bien y transmitir sus lecciones ha prevalecido sobre la innegable lucratividad del mal. Pero constituyen una minoría exigua y en permanente peligro, que debe disimular y tornarse invisible si no quiere ser reventada, nada más verse descubierta, a manos de la inmensa mayoría. Téngase en cuenta por añadidura que resulta inviable acceder a una posición de liderazgo sin una probada aptitud para la vileza, obviamente combinada con un nada modesto virtuosismo en las artes de la mixtificación. Al fin y al cabo, los jefes deben erigirse en modelos de lo que sus súbditos ansiarían emular, suministrando, como consuelo y sucedáneo, un menú de degustación a las pulsiones de comodidad, hedonismo, envidia y resentimiento que caracterizan desde tiempos remotos a la plebe. Por ello, generan su propio mandarinato de ideólogos, fabuladores y propagandistas, sus artistas e intelectuales encumbrados, que se convierten en los bufones encargados de humillar y amedrentar a cuantos propugnen cualquier libertad de pensamiento que suponga una amenaza para dicho sistema. El público aplaudirá. Ninguna instancia es por consiguiente más sensible, y se hallará más corrompida que aquella que esté nominalmente encargada de velar por la verdad y la justicia. O de instruir a la población en la normativa oficial, trufada de las exitosas coartadas sentimentales y su jerga aduladora. El humanismo. Baruch Spinoza es un ejemplo paradigmático de esa clase de hombres perpetuamente en riesgo, que pagan un alto precio, y ven drásticamente limitados su reconocimiento e influencia real, sobre todo en vida, por parte de los aparatos represores de la honradez y la inteligencia. Para solaz de las masas.

Quienes se identifiquen con este epicúreo holandés de extracción portuguesa, judío al que persiguieron incluso los judíos, que rechazó todo honor y posesión material y aun así hubo de aguzar el ingenio para seguir con vida hasta su mediana edad (sin que dejen de aparecer dolorosas las circunstancias de su muerte), cambiando con regularidad de domicilio y absteniéndose incluso de publicar su obra bajo su nombre, no lo tienen mucho mejor que él en estos tiempos democráticos, en la autodenominada sociedad de la información. Cuán rudos malapropismos. La correlación de fuerzas se ha conservado incólume, porque sus fundamentos son a la vez biológicos y culturales. Esperar magnanimidad de un banquero, autenticidad de un pensador orgánico, sinceridad de un estadista o piedad de un matón armado implica una simpleza por entero infantil. O una hipocresía servil, lo más común, como la que adoptan nuestros niños desde la escuela, al objeto de convertirse en miembros aprovechables de la sociedad.

En Sociedad

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