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José T. Raga

Nada que explicar, nada que entender

Va a ser muy difícil que usted pueda explicar esa ley, por la sencilla razón de que la Ley de Economía Sostenible no tiene nada que explicar. Y no tiene nada que explicar, porque la ley es eso: nada.

Yo no sé ustedes, pero yo, sinceramente, estoy bastante harto de espectáculos deprimentes, que me ponen más irascible cuando pienso en lo mucho que nos cuestan. Los miércoles los inicio ya con un cierto malhumor, cosa que no es frecuente en mí, que soy esperanzado por definición; la razón de tal estado de ánimo viene determinado porque me dispongo, una vez más inasequible al desaliento, a seguir los dimes y diretes de eso que equívocamente, en el Congreso de los Diputados, viene en llamarse Sesión de Control al Gobierno.

Y, además, para mayor mortificación, sigo sin descubrir el porqué de la denominación aplicada a semejante espectáculo. Porque ¿se ha controlado algo en esas sesiones? Aún tratando de evitarlo, uno no puede menos de recordar aquella sección de humor que bajo el título de "Diálogo para besugos" nos presentaba siempre la interacción entre dos protagonistas que no podía conducir a ningún fruto porque la acción de uno nada tenía que ver con la reacción del otro.

Si prestamos atención a las sesiones de control a las que me vengo refiriendo, no podremos menos de aceptar que nunca o, si se quiere una afirmación menos radical, en muy contadas excepciones, la sesión ha dado espacio real a que una pregunta formulada por la oposición haya recibido una respuesta concreta y ajustada a la cuestión formulada, por parte del Gobierno.

Lo común en estos casos, y de ahí mi malhumor, es que ante cualquier formulación del banco opositor, no importa demasiado de qué diputado provenga, la respuesta sea una evasiva, como se suele decir en estos casos, saliéndose por la tangente, y cuando la inteligencia y habilidad del preguntado no permite semejante argucia –lo cual es bastante probable a la luz del personal que se mueve en aquel escenario– se desemboca en la insultante zafiedad de sustituir la respuesta respetuosa inherente al juego parlamentario, por recursos tales como "pues ustedes también lo hicieron"; "cómo se atreve usted a preguntarme eso"; "no le contesté cuando me lo preguntó días atrás y sigo sin contestarle en este momento"; o, sencillamente, cual colegiales de básica, "la tuya más". ¡Ay si don Práxedes levantara la cabeza!

Todo esto, además, en una sesión que, por su apelativo, tiene como objetivo el control de la acción del Gobierno de la Nación. Estamos, como en tantas otras ocasiones, ante un caso de fraude al pueblo español que, habiendo decidido darse un sistema político democrático, el cual implica garantía de libertad en la información, en la opinión, en la interpelación a quienes ostentan nuestra representación, se elimina una de las fuentes de información consistente en el contraste de opiniones y de juicios entre quien ejerce el gobierno y quienes, en nombre de los españoles, inciden en los criterios que se utilizan para gobernar.

Una de estas aberraciones recientes se protagonizó por la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Economía, doña Elena Salgado y la diputada portavoz del Partido Popular, doña Soraya Sáez de Santamaría. El motivo era la Ley de Economía Sostenible y la vicepresidenta se brindó a explicar en unas clases a la diputada el contenido de la mencionada ley; eso sí, poniendo la guinda en el pastel, de que dudaba la profesora de que la alumna fuera capaz de entenderla.

Señora vicepresidenta, en mi humilde opinión va a ser muy difícil que usted pueda explicar esa ley, por la sencilla razón de que la Ley de Economía Sostenible no tiene nada que explicar. Y no tiene nada que explicar, porque la ley es eso: nada. Que la verdad, y usted lo sabe muy bien, es que la ley dicha la manejan, la manosean y la traen y la llevan sólo con el objetivo de marear y de no tratar de los problemas que realmente preocupan a los españoles, aquellos que están derruyendo la economía de la Nación española y que están provocando la pobreza y desesperación de un buen número de ciudadanos y familias. Personas que ven en las tonterías de lo sostenible, de la igualdad, del feminismo y de monsergas semejantes sólo una forma de perder tiempo mientras se agravan día a día los problemas que se iniciaron apenas transcurridos dos años de que tomaran el Gobierno, allá en el año 2004.

Por eso, si la pregunta se la hubiera formulado yo, habría sido más simple: ¿por qué se empeña, señora Salgado, en marearnos, para que el mareo nos impida pensar en dónde estamos? Piense usted, ya que le gusta tanto lo sostenible y lo de los recursos no renovables, que el mejor ejemplo de recurso no renovable es el recurso tiempo. Cada día tiene sólo veinticuatro horas y, lo que es peor, la hora perdida está perdida para siempre, pues no tiene capacidad para renovarse.

Pese a esa verdad inapelable, ustedes llevan casi seis años de gobierno perdidos y que nunca volverán. Negaron dogmáticamente la crisis, tratando de frenar con el dogmatismo la evidencia de una situación económica grave; agravaron más el estado de las cosas proporcionando dádivas para disimular el terremoto que estaba desmoronando el tejido económico de la Nación; endeudaron y siguen endeudando el patrimonio de todos los españoles, pues, en contra de lo que opina alguien que ha estado en el Gobierno, el patrimonio nacional, la riqueza nacional, sí que tiene dueño, es de todos los españoles. Frente a toda esta tormenta, usted quiere dar unas clases para explicar el bodrio de la Ley de Economía Sostenible, otro miembro del gabinete se divierte hablando del coche eléctrico, sin importarle la debilidad energética de nuestra economía nacional, otra miembra quiere que manu militari la mitad de los componentes de los consejos de administración de las empresas privadas sean féminas...

Mientras tanto, cada día, más españoles sienten hambre, cuando ustedes siguen en lo suyo. Convendría, para el bien de todos, que tuvieran un poco más de vergüenza, que influyera en lo que hacen, y más compromiso con los que se sienten ahogados por las necesidades verdaderas.

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