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Unidos frente al terrorismo

Rusia debería dejar de lado las afirmaciones que de vez en cuando saca a luz sobre la amenaza que para ella constituyen la OTAN y su ampliación, y unir fuerzas con Estados Unidos y todos aquellos que luchan globalmente contra el terrorismo.

Más cooperación. Ésta debería ser la primera gran consecuencia y lección aprendida del último atentado terrorista cometido en el metro de Moscú. Un ataque que pudiera ser una respuesta a las recientes operaciones llevadas a cabo por las fuerzas de seguridad rusas en el Cáucaso, en el que mataron a un jefe islamista sospechoso de organizar el atentado que hizo descarrilar en noviembre el Nevski Express.

El caso es que, tras el ataque, algunos analistas ya han apostado por un mayor diálogo entre Estados Unidos y Rusia que reforzaría las medidas antiterroristas. Sobre todo después de que el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguei Lavrov, especulara con la posibilidad de que milicianos islamistas hayan viajado hacia Chechenia y regiones próximas para unirse a la guerra contra Rusia, pasando previamente por los campos de entrenamiento en Afganistán y Pakistán. Sin mencionar directamente a Al Qaeda, pero refiriéndose a uno de sus habituales feudos, afirmaban que los fieles de Bin Laden hubiesen ayudado a los radicales islámicos del Cáucaso Norte, principales sospechosos de la matanza. Este posible vínculo llevaría a Rusia a involucrarse más en la lucha contraterrorista, más allá de sus tradicionales intereses regionales.

No es la primera vez que se especula con la posibilidad de que redes de insurgentes de las regiones de Chechenia, Ingushetia o Daguestán tengan algún tipo de relación con Al Qaeda. Todo parece indicar que es así, pero aunque hablamos inequívocamente de terrorismo islámico, no tenemos hoy por hoy un vínculo claro con Bin Laden. Lo que no debería tirar por tierra la necesidad de mejorar la cooperación entre Occidente y Moscú en la guerra contra el terrorismo islámico. Empezando por Afganistán, dondeRusia se opone categóricamente a la participación de sus tropas a pesar del reiterado llamamiento del secretario general de la OTAN. Moscú está más dispuesto a ayudar en el transporte de tropas y cargas de Europa y Estados Unidos a Afganistán, con aviones de transporte pesados y helicópteros rusos, y a luchar contra el narcotráfico, que a participar en la lucha antitalibán.

Si suponemos que los aliados y los rusos son socios naturales en la lucha contra el islam radical, y continuando por la deseada senda de la cooperación, sería también deseable que Moscú revisara su política con respecto a Irán y su programa nuclear: no hay que olvidar que el régimen de Teherán apoya a grupos terroristas como Hamás o Hezbolá. Moscú además debería tomarse en serio la posibilidad de que Al Qaeda esté infiltrándose en Asia central con el deseo de convertir a la ex región soviética en una zona de disturbios, como aseguran fuentes oficiales norteamericanas.

La última tragedia de Moscú recuerda inevitablemente ataques anteriores en ciudades occidentales. Rusia debería dejar de lado las afirmaciones que de vez en cuando saca a luz sobre la amenaza que para ella constituyen la OTAN y su ampliación, y unir fuerzas con Estados Unidos y todos aquellos que luchan globalmente contra el terrorismo. Pero la cooperación debería ser también recíproca, y Occidente debería también abrir más sus ojos al islamismo que lleva muchos años golpeando a Rusia, y que a veces brutalmente este país está conteniendo.

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