Menú
José García Domínguez

De la corrupción

Ocurre, simplemente, que la perversión oligárquica del régimen representativo exige al ineludible modo patrimonializar las administraciones sometidas al fuero de los partidos.

Lo acaso tranquilizador de esas muy manidas filípicas a cuenta de la corrupción política, las rutinarias lágrimas de cocodrilo que derrochan las jerarquías de los partidos siempre que a alguno de sus pares se le va la mano, es su apenas disimulado cinismo. Uno asiste, por ejemplo, a los arabescos retóricos de la señora Cospedal con tal de ilustrar al común sobre la distancia moral que mediaría entre las cuentas bancarias de Jaume Matas y Luis Bárcenas, y, al punto, se sosiega. Nada hemos de temer por el porvenir de las instituciones, se repite tras escucharla. Así, como sus iguales del PSOE, las derechas también harán prevalecer el patriotismo de partido por encima del viejo patriotismo a palo seco, suprema garantía, ésa, para la suerte futura del sistema.

Y es que la corrupción más o menos consentida y celebrada, lejos de encarnar una lacra de nuestro orden institucional, representa la máxima garantía de su estabilidad, el lubricante llamado a asegurar su funcionamiento óptimo. A fin de cuentas, sin unto impune no habría aquí partitocracia viable. Pues, contra lo que ordena el arraigado prejuicio de la plebe, ni todos los políticos son iguales, ni la tendencia hacia la deshonestidad en la cosa publica representa un inevitable sesgo hispano, otra funesta tara cultural inscrita en el ADN peninsular. Ocurre, simplemente, que la perversión oligárquica del régimen representativo exige al ineludible modo patrimonializar las administraciones sometidas al fuero de los partidos.

Esa ecuménica disciplina prusiana que rige en nuestras organizaciones políticas, todas ellas severos internados de las conciencias donde el que se mueve ni sale en la foto ni, ¡ay!, paga la letra de la hipoteca, resultaría inviable sin el balsámico auxilio de la corrupción. Al cabo, sólo la impune violación de leyes y reglamentos posibilita el asalto del rebaño militante al escalafón de ayuntamientos y autonomías; la condición sine qua non que luego garantiza esa obscena trama de cómplices silencios administrativos, la que lleva décadas y décadas encubriendo a todos los Jaume Matas que ha fabricado la soberana voluntad de los partidos turnantes. Mas no hay motivo para la inquietud. Tanto las plañideras del PP como las del PSOE ya nos han garantizado –por omisión, claro– que jamás de los jamases habrán de despolitizar la función pública. Adelante, entonces, con el "y tú más".                    

En España

    0
    comentarios
    Acceda a los 3 comentarios guardados