El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha pedido en una entrevista dada a la ABC News esta mañana, que se deben imponer sanciones "discapacitadoras" a Irán y que si eso es imposible hacerlo a través de las Naciones Unidas –habida cuenta de los intereses divergentes en el seno de su Consejo de Seguridad– habría que hacerlo al margen de la Organización, a través de una "coalition of the willing".
Las palabras de Netanyahu son muy importantes por dos razones: la primera, porque después de meses de silencio, Israel se atreve a poner en la agenda internacional el tema de nuestros días, la ambición nuclear iraní; y, en segundo lugar, enfatizar que no todo está perdido y que hay sanciones que pueden de verdad afectar a los cálculos de los ayatolás. Puede que no desde la ONU, pero eso no es lo importante ahora.
Netanyahu también subraya otro hecho: Israel se está quedando sólo ante un peligro que no sólo afecta al Estado judío, sino a toda la comunidad internacional, empezando por los regímenes tradicionalistas del Golfo y acabando en los Estados Unidos, tras pasar por Europa. Hacer que la bomba iraní sea un problema exclusivo de Israel no sólo es una grave injusticia, sino un error estratégico.
Y a Netanyahu no le falta razón: si se impusiese ya un embargo sobre las importaciones iraníes de gasolina y se ejecutaran sanciones contra las compañías que invierten y ayudan a la infraestructura del refino iraní, habida cuenta de la deslegitimación del régimen de los ayatolás tras su brutal represión y bunquerización en el último año, los días del jomeinismo podrían estar contados. Y se podrían reducir con un pequeño golpecito.
Ahora bien, la premisa es que esas sanciones que se acuerden imponer sean eficaces contra el régimen iraní y lo sean no sólo sobre el papel, sino en la práctica, esto es, que se cumplan de verdad. No es lo que ocurre con el régimen de sanciones actualmente en vigor. No sólo es complicado (se castiga el trato financiero directo con 120 organismos y 61 personas, pero la ONU, la Unión Europea y los Estados Unidos cada uno aplica su propia lista), sino que tiene demasiados agujeros por donde las transacciones se siguen colando.
Al final, el problema con Irán no reside en Teherán, sino en Washington. Mientras Obama crea que los dirigentes iraníes aceptarán de buen grado y voluntariamente no fabricar la bomba, será renuente a avanzar en el camino de las sanciones que pide Netanyahu. Aún peor, mientras Obama siga buscando desesperadamente un diálogo con Irán, pocos incentivos se dan para que rusos y chinos apliquen mayores sanciones y para que los iraníes cambien de rumbo.
Por eso también han sido acertadas las palabras del primer ministro israelí: el 80% del pueblo norteamericano cree que Irán es un grave problema y por encima del 70% cree que se debe acabar como sea con su programa nuclear. Dirigiéndose al pueblo americano es la mejor forma para forzar a un renuente Obama. Pero tal vez sea ya tarde.