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Daniel Rodríguez Herrera

¿Son arte los videojuegos?

¿Importa este debate? Hasta cierto punto. Que los videojuegos sean arte podría permitir a sus creadores buscar que sus gobiernos los subvencionen, algo que ya van camino de conseguir en España, donde todo pedigüeño encuentra excusa para vivir del Estado.

Hará cosa de cinco años, Roger Ebert, crítico de cine del Chicago Sun-Times, provocó una airada reacción del mundillo de los videojuegos cuando escribió que no sólo no eran arte, sino que nunca lo serían. Ahora ha vuelto a insistir sobre el particular. Su argumento principal parece consistir en que un juego no sólo es algo interactivo, sino que es algo que se puede ganar o perder, algo que escaparía a su definición de arte. Por otro lado, los videojuegos no son la expresión de nadie particular, sino un producto industrial en el que participan muchas personas, sin que la, digamos, visión de ninguno de ellos tenga una importancia tal sobre el producto final que pueda calificarle de artista.

El debate seguramente seguirá con nosotros durante bastantes años, al menos hasta que alguna universidad con más o menos renombre decida hacer cursos sobre el arte de los videojuegos y éstos pasen oficialmente a convertirse en el noveno arte, o el que sea, que no llevo mucho la cuenta. Es decir, cuando el establishment académico decida que uno pueda ganarse la vida en la universidad con el sesudo estudio de las virtudes artísticas de los trabajos de Sid Meier o Will Wright. No acaba de estar claro qué es arte y qué no lo es, si existen requisitos estéticos, si debe expresar necesariamente ideas o emociones... llevamos ya más de un siglo con esta discusión, y no creo que llegue a terminarse nunca.

Aunque pueda suponer no definirme mucho, creo que al final terminamos llamando arte a lo que en general la gente considera arte. De ahí que las bazofias que inundan los museos de arte contemporáneo, y que me disculpen los fans de cuadros monocromos por semejante atrevimiento, reciban el epíteto de "arte" y, sin embargo, tuvieron que llegar los sesudos cinéfilos franceses para que John Ford fuera considerado un artista. Es un problema padecer semejante indefinición, especialmente siendo uno un informático acostumbrado a los unos y los ceros, el sí y el no.

En cualquier caso, los argumentos de Ebert parecen más producto de tener clara la conclusión a priori, y estar buscando razones para mantenerla. El videojuego no se diferencia mucho de una película en cuanto a su carácter industrial, y al igual que hacemos rutinariamente con el cine, no es difícil distinguir las obras de autor. Y en cuanto a que en ellos se gana o se pierde... ¿consideraría Ebert que un videojuego no es un arte, pero sí cuando es jugado por alguien y otro lo observa, convirtiéndolo entonces en algo más similar a una película?

No cabe duda de que los videojuegos contienen arte: sus bandas sonoras no tienen mucho que envidiar a las del cine y, de hecho, en ocasiones sus compositores alternan las películas y los juegos; los modelos en 3D de los personajes se diferencian de la escultura en que no hay que tallar nada y muchos gráficos poco tienen que envidiar a las pinturas, aunque no se usen pinceles. ¿Es arte el conjunto? ¿Es sólo artesanía? Pues si la "mierda de artista" es arte, aunque sea lo que su título indica, no tengo duda de que muchos videojuegos también lo son.

¿Importa este debate? Hasta cierto punto. Que los videojuegos sean arte podría permitir a sus creadores buscar que sus gobiernos los subvencionen, algo que ya van camino de conseguir en España, donde todo pedigüeño encuentra excusa para vivir del Estado. Pero también facilitaría que se frenaran al menos algunos de los intentos por prohibir su venta o cambiar sus contenidos para edulcorarlos. No los de Venezuela, claro, pero quizá sí los de Alemania o Suiza. Una cosa es restringir su venta para asegurarse que sólo lo compren adultos y otra es, directamente, prohibirlos. Pero fuera de ahí, que los juegos sean arte o no sólo afecta al íntimo orgullo de jugones, que quieren que lo suyo tenga algo más de prestigio, y profesionales de las demás artes, que no quieren repartir lo suyo con más gente.

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