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José María Marco

Libertad religiosa

El Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero ha hecho todo lo posible por destrozar aquellos pactos, que no sirven a su proyecto político y sobre los que pesa la acusación de reaccionarios y mixtificadores.

Se suele decir que la Transición, y con ella los pactos que condujeron a la Constitución de 1978, resolvieron varias de las cuestiones históricas que tenía pendientes nuestro país. Una de ellas era la cuestión religiosa. Con un amplio respaldo político y social, quedaron deslindados entonces los terrenos de lo religioso y lo político, y se instauró una libertad religiosa que hacía normal en la ley lo que era normal en la calle. Desde entonces hemos vivido de esos pactos, que nos han permitido una libertad muy amplia y han permitido que la sociedad española hiciera realidad su vocación de pluralismo, y eso sin demasiados traumas –más bien al revés–, como corresponde a uno de los países más avanzados y por tanto más complejos del mundo.

El Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero ha hecho todo lo posible por destrozar aquellos pactos, que no sirven a su proyecto político y sobre los que pesa la acusación de reaccionarios y mixtificadores. Lo ha conseguido del todo en lo que era el eslabón más frágil del edificio constitucional español, como es el Estado de las Autonomías. Lo está intentando con todas sus fuerzas, que son muchas, en los pactos económicos y en los históricos, los que abrieron definitivamente la economía española y nos reconciliaron con nuestro pasado, de tal pasado que no tuviéramos que seguir pensando el presente como una rectificación de la Historia. (Ver Miguel Ángel Quintanilla, El ángulo ciego: contra un pacto para la ruptura, en Cuadernos de Pensamiento Político, nº 26). Es muy probable que ponga también en marcha su trágica máquina de devastación en la cuestión religiosa.

Es más que probable que en este último caso, el de la cuestión religiosa, el Gobierno socialista no vaya a una confrontación directa, en la que tendría demasiado que perder. Resulta más verosímil pensar que el Gobierno seguirá la estrategia que, de hecho, ya ha puesto en marcha hace tiempo. Se trata de enarbolar el necesario pluralismo, del que el Ejecutivo socialista se hace portaestandarte y representante único, para acorralar a la Iglesia católica, principal presa en toda esta maniobra, y forzarla a refugiarse en una posición que aparezca ante la opinión pública como nostálgica del papel que en algunos momentos del pasado jugó la propia Iglesia, nostálgica también de la unanimidad perdida, de una sociedad ajena al pluralismo.

No hay por qué caer en una trampa tan grosera como esta. En España, el catolicismo tiene una presencia pública gigantesca, como corresponde a la historia y a la naturaleza de nuestro país. Que el Gobierno socialista quiera recortar esa presencia en algunos ámbitos de orden político o simbólico –que no son todos los ámbitos públicos, ni mucho menos–, es una cuestión que se puede considerar grave, pero que en última instancia es negociable. (Es posible que el Rey, como jefe del Estado español, heredero y representante de una dinastía católica, tuviera algo que decir en este asunto).

El pluralismo, por otra parte, es un hecho irreversible, y positivo. A veces, por razones casi biográficas, lo relacionamos con una etapa reciente de la vida española, casi con la instauración de la Monarquía parlamentaria o con las consecuencias de la crisis moral de los años sesenta y setenta. Y sin embargo, es un hecho más profundo, que viene de mucho más lejos, y al que la sociedad española, a pesar de las apariencias, a pesar de todo lo que se ha hecho para impedirlo, no ha sido nunca ajena en su historia reciente. Tampoco lo ha sido la Iglesia católica, al menos desde los años sesenta, ni, desde mucho antes, lo ha sido el pensamiento católico. Es posible incluso que los católicos españoles vayan en esto por delante de la jerarquía, hayan asumido con naturalidad una situación en la que se sienten cómodos, y esperen un discurso adecuado a la actual circunstancia. No hay por tanto razón alguna para dejarse encerrar en ese papel tan cómodo para el Gobierno socialista. El Ejecutivo aprovecha una crisis de fondo, de la que se cree protagonista, para adelantar posiciones ideológicas y electorales, pero esta crisis, y el pluralismo actual, también abren oportunidades nuevas para todos.

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