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Emilio J. González

Historias surrealistas de la taifa manchega

Castilla-La Mancha vive y sobrevive gracias a la solidaridad de otros territorios, entre ellos el Levante español, que disfrutan de una situación socioeconómica más favorable.

Lo del Estatuto de Castilla-La Mancha es una historia propia de Raymond Quenau porque cuanto más lo pienso, más surrealista me parece lo que está sucediendo en la taifa manchega a cuenta de la nueva norma que debe regular su autonomía. Primero, los socialistas propusieron acabar con los trasvases de agua al Levante español. Después, los del PP, que hasta ese momento habían defendido una visión nacional de la política hidrológica, dijeron que estaban de acuerdo. Y lo hizo, además, la líder del partido en la región, que es, ni más ni menos, que la secretaria general de esta formación política a nivel nacional, sin importarle un pimiento que eso fuera en contra de lo que habían venido defendiendo los ‘populares’ durante años y que, con ello, se cerraba el grifo a dos comunidades autónomas, la valenciana y la murciana, en las que gobiernan los suyos. Y ahora la señora Cospedal se tiene que desdecir, dar marcha atrás y con ello, afortunadamente, devolver el texto a las Cortes regionales para empezar de nuevo el proceso. Pero lo que es realmente surrealista es la actitud respecto al agua de los políticos de la taifa manchega.

Resulta que España es un país que tiene agua de sobra para atender a sus necesidades. El problema es que la mayor parte de las precipitaciones se producen en la mitad septentrional, mientras que en la mitad meridional no llueve lo suficiente. Sin embargo, con una visión nacional de la política hidrológica se pueden redistribuir los recursos acuíferos porque hay para todos. Pues bien, resulta que la taifa de Castilla-La Mancha dice que de eso nada. Y aquí viene lo surrealista porque la región: después de más de treinta años de Gobierno socialista, sigue siendo una de las más pobres de la Unión Europea –exactamente el mismo caso que Andalucía y Extremadura– y vive y sobrevive gracias a la solidaridad de otros territorios, entre ellos el Levante español, que disfrutan de una situación socioeconómica más favorable. Castilla-La Mancha no podría tener, por ejemplo, un sistema de salud equiparable en calidad al del resto de las autonomías españolas si no fuera por la solidaridad de otras regiones ejercida a través del sistema de financiación autonómica. Lo mismo vale para la educación y los demás servicios públicos. Tampoco podría pagar el mismo nivel de prestaciones por desempleo si no fuera porque otras autonomías aportan los impuestos necesarios para ello. De la misma forma, los jubilados manchegos no podrían percibir las mismas pensiones que el resto de los retirados españoles si no fuera porque la caja de la Seguridad Social es única y parte de las cotizaciones de otras autonomías se emplean en el pago de las pensiones a los manchegos. Y eso, por no hablar de los miles y miles de millones de euros que se están enterrando en el salvamento de la Caja de Castilla-La Mancha, un dinero que, por supuesto, no ponen ellos, sino todo el mundo. Esta es la realidad económica de la taifa manchega. Pues bien, una comunidad tan necesitada de la ayuda y la solidaridad de los demás resulta que, a la primera ocasión que se le presenta, demuestra su ‘agradecimiento’ con un gesto de egoísmo difícil de explicar.

Porque, vamos a ver, ¿qué pretenden hacer los manchegos con tanta agua? ¿Construir campos de golf? Pues perdonen que les diga, pero no es lo mismo jugar a ese deporte en la Manga del Mar Menor, sin ir más lejos, que en los páramos de Ciudad Real, por poner un ejemplo sin ánimo de ofender a nadie. Vamos, que se mire por donde se mire, la historia del estatuto de la taifa manchega es surrealista.

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