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José García Domínguez

El Montesquieu de Cornellà

Desconcertante el paralelismo entre esa troupe de tercera regional que ahora mismo manda en Cataluña y aquella cuerda de iluminados que con su demencia atizó las ascuas de la Guerra Civil hace setenta y seis años.

Al socaire de la enésima espantá del Constitucional, los líderes catalanistas todos han sabido lucir a la altura de su genuina talla. El primero, el presidente de la Generalidad, conduciéndose como un caudillo peronista de los arrabales de Buenos Aires tan ignorante como ajeno al muy elemental principio democrático de la división de poderes. Así, tras saber de la votación, el Montesquieu de Cornellà acertaría a cavilar que "los jueces conservadores (sic) son más fieles, lo tienen más claro, son más obedientes al partido que los propuso". Pues entiende el Muy Honorable que a los magistrados de la máxima instancia arbitral de la Nación procede suponerles idéntica calidad moral que a un ñoqui cualquiera de la UGT.

Por su parte, el siempre engolado Mas ha optado por competir en histrionismo apocalíptico y demagogia de frasco con los charlatanes de la Esquerra. Un empeño en verdad difícil, aunque no imposible. De ahí el generoso surtido de barbaridades jurídicas, necedades políticas y astracanadas retóricas que viene regalándonos en las últimas horas. Y es que también él necesita sobreactuar, convencido como está de que sólo un clímax de emotividad irracional habrá de salvarlos del ridículo. Al cabo, siete años perdidos con la estomagante monserga del Estatut pueden ser demasiado hasta para un electorado tan adocenado y pastueño como el catalán. De nuevo se impone, pues, la ópera bufa.

Desconcertante, por lo demás, el paralelismo entre esa troupe de tercera regional que ahora mismo manda en Cataluña y aquella cuerda de iluminados que con su demencia atizó las ascuas de la Guerra Civil hace setenta y seis años. Recuérdese a Macià, descrito de la siguiente guisa por su amigo de juventud Amadeo Hurtado, el jurista que representó a la administración autonómica en el contencioso agrario que desencadenaría la asonada separatista del treinta y cuatro: "No sabía nada de nada y daba miedo escucharle hablar de los problemas de gobierno porque no tenía ni la más elemental noción; pero el arte de hacer agitación y de amenazar hasta el límite justo para poder retroceder a tiempo, lo conocía tan bien como Cambó". O a su igual Companys, aquel diletante ciclotímico sobre el que Prieto confesaría a Azaña: "Companys está loco, pero loco de encerrar en un manicomio". De tal palo, en fin, tal astilla.

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