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Los otros deberes de Cameron

Proteger a los musulmanes del adoctrinamiento y a la sociedad británica en su totalidad de las consecuencias del radicalismo islámico deben formar parte de una política del futuro Gobierno inglés.

Como ya se ha comentado a estas alturas, Cameron tiene un reto fundamental a corto plazo, el de la crisis económica, que le va a acosar desde que ponga un pie en Downing Street, en todas sus variables: la reforma de la economía inglesa, la relación con el euro, con Europa misma etc. Está además el papel que la historia va reservando a los británicos, que hará que el Reino Unido del siglo XXI tenga poco que ver con en el del siglo XIX.

Sin embargo, hay un problema al que tendrá que hacer frente el próximo primer ministro y que exige una auténtica capacidad de liderazgo y de responsabilidad histórica; se trata del reto de la inmigración islámica en las islas británicas, asociado al terrorismo yihadista.

En Gran Bretaña viven entre dos y tres millones de musulmanes. Su población en los últimos años crece diez veces más rápido que la de los británicos oriundos. Hay aproximadamente dos mil mezquitas, a las que hay que sumar madrassas y centros de educación. Existen poderosísimas asociaciones islámicas, que oscilan entre las más “moderadas” y las más radicales, pero que tienen en común una continua reivindicación, que va desde la defensa de la “sharía” para los musulmanes en Gran Bretaña, a la denuncia de supuestos comportamientos islamófobos, a la crítica abierta a la lucha de los soldados británicos en Afganistán.

Los trece años de gobiernos laboristas han constituido una pérdida de tiempo en este aspecto, e incluso una regresión democrática. Se han aplicado políticas multiculturalistas, de fomento de guettos y de marginación en nombre del respeto cultural, se ha cedido en aspectos fundamentales del Estado de Derecho. Hoy, la comunidad islámica e islamista de Gran Bretaña es una de las más fuertes de Europa, y desde 1997 se ha reforzado considerablemente, no sólo demográficamente, sino ideológicamente.

Otros países europeos han visto ya el problema y mal que bien han tratado de hacerle frente. El caso suizo con los minaretes es el más claro. También una deteriorada Bélgica ha afrontado el problema de las manifestaciones públicas del islam. Francia trata de hacer lo propio, lo mismo que Italia. Paradójicamente, ha sido Gran Bretaña la más renuente a tomar medidas. Y eso que ha sido escenario de los salvajes atentados del 7J, y de varios intentos posteriores: el intento de secuestro de 10 aviones de línea en 2006; el intento de secuestro y asesinato de soldados británicos de su base; el coche bomba en Picadilly Circus y el del aereopuerto de Glasgow en 2007; el plan para repetir en 2009 en el centro de Londres la matanza de Bombay…

Los atentados son sólo el episodio final de un proceso de islamización al que son sometidos muchos inmigrantes musulmanes tan pronto como aterrizan en suelo británico. El radicalismo de algunas mezquitas y el carácter cerrado de las comunidades es el caldo de cultivo para el terrorismo islámico. Proteger a los musulmanes del adoctrinamiento y proteger a la sociedad británica en su totalidad de las consecuencias del radicalismo islámico deben formar parte de una política que aborde el problema que las comunidades islámicas están planteando y plantearan en Gran Bretaña en el futuro. Estos son los otros deberes de Cameron o de quien le sustituya o suceda, porque de todo lo que se haga será lo que más repercusión tenga para la Gran Bretaña del próximo siglo. Una Londres más pobre y decadente no dejará de ser Londres. Pero Londonistán no tendrá nada que ver con ella.  

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