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Emilio Campmany

Quiero estrellarme con Zapatero

Si Zapatero quiere estrellarnos y los españoles lo elegimos para que lo haga y no se lo impedimos, tenemos todo el derecho del mundo a estamparnos contra lo que nos dé la gana.

¡Qué vergüenza! Vernos así, colonizados, amansados, envilecidos, adocenados, cabizbajos, postrados, obedientes y humillados. Obligados por potencias extranjeras a hacer lo que se supone que no queremos hacer, conminados a recortar lo que no queremos recortar, doblegada nuestra voluntad de gastar cuanto nos pete hasta que Dios y Obama quisieran sacarnos de la crisis. ¡Qué humillación! ¡Qué baldón! ¿Es este un país soberano? Sabíamos que no éramos serios y que nos fatigamos con facilidad, pero, para bien o para mal, siempre hicimos lo que nos salió.

Nunca me gustó la política económica de Zapatero por demagógica y errática, por populista y falsa, por ser dócil con los bancos y severa con la clase media, pero era la política económica de mi presidente, la del que habíamos elegido entre todos los españoles, incluso quienes no le votamos. Es más, fue presidente por prometer esa política. Si Zapatero quiere estrellarnos y los españoles lo elegimos para que lo haga y no se lo impedimos, tenemos todo el derecho del mundo a estamparnos contra lo que nos dé la gana. Y es obligación de nuestro presidente imponerse para que fuera nos dejen suicidarnos como queramos. Zapatero, por no tener grandeza, ni para conducirnos al desastre la tiene.

Desde los tiempos de los romanos no se hacía en España lo que ordenaba una capital extranjera. Ni siquiera en tiempos de la ocupación musulmana ocurrió una cosa así, pues el Emirato Independiente se proclamó al poco de la invasión. Ha tenido que llegar Zapatero para que veamos adoptar en el Consejo de Ministros acuerdos impuestos desde Washington, París, Berlín y quizá también Pekín, que al parecer aquí ya manda cualquiera que venga de fuera.

Se me dirá que el mundo de hoy está muy interrelacionado, que nadie puede todo sobre nadie, que la globalización no permite llevar una política económica independiente, que cualquier acontecimiento en cualquier parte del globo tiene repercusiones en muchos y muy remotos lugares. Bien, no lo niego. Pero al menos deberíamos disimular. Si nos van a obligar desde fuera a hacer lo que se supone que no queremos hacer, habría al menos que haber cambiado a la persona que lo va a hacer para aparentar que no nos gusta lo que hacía el anterior y que hemos elegido a otro para que haga algo diferente. Permitiendo que sea el mismo Zapatero el que sirva un día para una cosa y al siguiente para la contraria ponemos en evidencia que estamos a órdenes y que las obedecemos a toque de corneta dándonos con los talones en el trasero.

Y lo peor es que, encima de bajarnos los pantalones y dejar que nos mande hasta El Tato, a Zapatero le podrá su inclinación trilera y tratará de engañar a los nuevos amos de España en la letra pequeña de los reales decretos que tiene que aprobar. Se descubrirá el pastel, la bolsa se dará otro costalazo y a ver en qué estado llegamos a 2012, si llegamos. Para eso, más valdría que pusiera los brazos en jarras y les dijera a norteamericanos, franceses y alemanes que los españoles con nuestro dinero hacemos lo que nos sale y que si quieren bajarnos el rating, que nos lo bajen y que si nos arrojan a las fauces de los especuladores, que nos arrojen y que si nos quieren expulsar del euro, que nos expulsen y que con su pan se lo coman. Pero, este Zapatero ni para eso vale.

En España

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