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Jorge Vilches

La casta política y la democracia

La democracia no es carecer de opinión o negarla, no es cerrar los ojos a los fallos del sistema. Es todo lo contrario: la única manera de vivificar la democracia es que el ciudadano critique, que critique siempre.

Los últimos desastres del Gobierno Zapatero han instalado en la sociedad española un discurso casi nuevo y su réplica. El primero está provocado por la crisis, la inacción gubernamental y las medidas inapropiadas y a destiempo. Consiste en que vivimos en un sistema con un grupo privilegiado, el de la "clase política", y otro sufriente, el de la "clase gobernada". El primero, el de "los políticos", está al margen de la crisis, con sueldos y pensiones garantizadas, importantes e injustificadas atendiendo a su formación y rendimiento. El segundo, el de la "los gobernados", es el de los que con su trabajo, impuestos y votos mantienen a esa "casta".

Y lo dice la gente en la calle: la "clase política" monopoliza el poder y hace la ley para asegurar esos privilegios que les destacan de "las masas", manteniéndolos "en otro mundo", ajenos a las penalidades de las personas corrientes, en cuyo nombre hablan y gobiernan.

Este discurso, que ya sistematizó Gaetano Mosca a principios del siglo XX como algo arraigado en la historia de la Humanidad, parece que no nos lo quitamos de encima. Esto se debe a que no nos imaginamos otra forma distinta de gobernar las sociedades. Siempre hay un grupo dirigente, una "clase política" que gobierna un sistema. Por eso es muy importante no dejarse llevar por los tremendismos o alarmismos que interpretan la crítica de "los políticos" como una denostación de la democracia.

Porque ya tenemos instalada la réplica a la crítica general de "los políticos". Se basa en que denunciar a "los políticos", mostrar un descontento hacia la incapacidad institucional o del sistema para solucionar los problemas, o para generar esperanza, es un discurso antidemocrático. Este era el viejo lugar común de la Transición, cuando todo era volátil y endeble, y era preferible el peor demócrata al mejor dictador. Pero ya pasó afortunadamente el tiempo de las manos de hierro, de los espadones y de los visionarios. Vivimos en otra época.

La democracia no es carecer de opinión o negarla, no es cerrar los ojos a los fallos del sistema. Es todo lo contrario: la única manera de vivificar la democracia es que el ciudadano critique, que critique siempre, donde pueda, y a cualquier cargo público que lo haga mal. Ya dijo Thomas Jefferson, que algo sabía de revoluciones y de levantar democracias, que era preferible para un sistema de libertades el carecer de Parlamento que el no tener libertad de expresión y opinión pública.

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