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José T. Raga

¿Será suficiente?

La cuestión de si será suficiente se la plantea el estudiante que aspira, como mucho, a un aprobado raspado; vamos, lo que se llama por los pelos. Es decir, un mal estudiante.

Como cualquier mal estudiante, ésta era la pregunta que hace unos días se formulaba la vicepresidenta económica Elena Salgado ante la proximidad del examen al que se iba a someter de un lado por el ECOFIN y, en definitiva, por la Comisión Europea. Parece ser que, según los vientos que soplan, había que presentarse sabiéndose el temario, ya que la canciller Merkel está hasta las meninges del bla bla bla del Gobierno español, de perder el tiempo escuchando lo que se le dice, que siempre es nada, y que, cortando por lo sano, tiene muy decidido que sin medidas concretas que garanticen el orden en las cuentas públicas españolas, no habrá ayudas, ni rescates, ni nada que se le parezca. Lo malo es que yo la considero muy capaz de hacerlo y, si me apuran, yo también lo haría.

El título de estas líneas, pues, no lo pongo yo, sino que lo tomo, bien que sin su permiso, de la señora Salgado. Su espontaneidad no pudo menos que recordarme la que suele darse en los muchachos universitarios alrededor de estas fechas y hasta bien entrado el mes de junio. Se lo preguntaba, además, con la misma candidez a como lo hace esa juventud matriculada en facultades y escuelas, si bien a una edad de la que cabría esperar un mayor rasgo de responsabilidad que el que se tiene en los años de gozo estudiantil. Lo malo es que el veredicto que se aplica a tan sepulcral pregunta es siempre el mismo y, además, resulta inapelable.

La cuestión de si será suficiente se la plantea el estudiante que aspira, como mucho, a un aprobado raspado; vamos, lo que se llama por los pelos. Es decir, un mal estudiante, que es el que confía que habiendo oído campanas y con un poco o un mucho de suerte, acaba con un aprobado misericordioso, aunque sólo sea para no engrosar las estadísticas del fracaso escolar. El problema es que la respuesta a la pregunta suele ser, indefectiblemente, la de recomendar la vuelta en septiembre o al año que viene, a ver si el tiempo y el reposo consiguen superar lo que no consiguió el esfuerzo. Por ello temo que la señora vicepresidenta económica tenga que volver a la próxima convocatoria pues, la pregunta es, ya de por sí, un signo de insuficiencia.

Pero es que, además, la señora ministra de Economía está obligada a saber que lo que lleva, como resultado del Consejo de Ministros del jueves día 20 de mayo, no es suficiente, que sólo tiene el carácter de un parche que afecta a lo que para el Gobierno resulta menos preocupante, pero que, de hecho, los deberes están sin hacer. La cosa de la reducción del salario de los funcionarios, sin saber aún en qué cuantía y a quién se aplica, la congelación de las pensiones que se están percibiendo –con el lío que se organizó anteayer la otra vicepresidenta para explicar lo inexplicable–, la supresión del cheque bebé, la reducción dramática de los gastos por atención a la dependencia... son pequeños detalles, simplemente, para decir que estamos haciendo algo.

Además, los pensionistas bastante harán si consiguen seguir viviendo, mientras que los bebés y los dependientes seguirán a cargo de las familias que son las que siempre han resuelto estos problemas, porque, a Dios gracias, la política familiar de Zapatero aún no ha conseguido los frutos de descomposición que pretende. En cuanto a los funcionarios, que ahí podría haber más conflicto político que situara al Gobierno entre las cuerdas, como los dos sindicatos amigos, esos ávidos e insaciables succionadores del presupuesto del Estado, no son los que dominan en el sector funcionarial, el posible conflicto dejaría mal al CSIF, lo cual podría derivar en un provecho adicional para los protegidos de UGT y CCOO.

¡Con la de cosas y gastos que se habrían podido reducir o incluso eliminar con menor daño para las personas del que van a provocar las medidas aprobadas el jueves!

Pero mientras tanto, como dijo el presidente el miércoles, las cosas no se arreglan solas; hay que ponerse a trabajar y con gran esfuerzo. Lo cual tiene todo el comentario cuando lleva tres años negando la crisis primero, minimizando su importancia después, ya que se trataba de una simple desaceleración de la actividad económica, para acabar, con toda su alma y sólo tres días antes de anunciar el Apocalipsis de las medidas ante la recesión, proclamando que ya habíamos iniciado la recuperación de la senda del crecimiento.

Doña Elena, por su parte, debería de saber que la crisis en la que estamos inmersos no es sólo una crisis financiera y que, por lo tanto, no cabe resolverla con medidas únicamente enmarcadas en el ámbito de la financiación del déficit público. España comienza su crisis en el sector real, y prueba evidente de ello fue el déficit del sector exterior en cuantía del diez por ciento del producto interior bruto en el año 2007; el déficit mayor de todos los países desarrollados. Eso significaba ya en aquel año que no éramos capaces de exportar nuestros productos porque nuestros procesos de producción no son competitivos con los países de nuestro entorno. Una evidencia que es acorde con la marcha de los índices de productividad de nuestro país respecto a los países con los que competimos. Y eso, señora Salgado y señor Rodríguez Zapatero no se arregla con ninguna de esas medidas que llevan a ver si las aprueban en Europa, ni mucho menos con soflamas trasnochadas e irresponsables, que sólo pretenden ocultar la realidad en perjuicio de todos, como se ocultó en perjuicio de todos la presencia de la crisis.

O entran en la consideración de la economía real y toman medidas para que ésta mejore o España está llamada a ocupar el vagón de cola de Europa, suponiendo que no perdamos el tren. Por todo eso es por lo que digo que prefiero, Sra. Salgado, que le suspendan a que la aprueben con un aprobado raspado. A ver si así se ponen a trabajar en serio, es decir, si se ponen a hacer lo que se supone que tienen que hacer y que todos esperamos que hagan. Pero no olviden que cualquier enfermedad tiene su tratamiento, que implica un fármaco adecuado y en la dosis justa; reducir la dosis para no asustar al enfermo es la forma de prolongar la enfermedad sin un plazo predeterminado. Y España está enferma.

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