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EDITORIAL

No a la huelga de los liberados

A los sindicatos no les importa absolutamente nada el destino de los parados españoles. Les importa mantener sus privilegios y que el Gobierno obedezca a sus dictados ideológicos, aunque éstos nos lleven de cabeza al precipicio.

Siendo los sindicatos y sus liberados un auténtico lastre para la economía española, un residuo del siglo XIX enquistado por la glorificación de un "diálogo social" entre quienes no representan a los trabajadores y quienes no representan a los empresarios, lo deseable sería que convocaran una huelga general, fracasaran y fueran en lo sucesivo rigurosamente ignorados a la hora de decidir qué es lo mejor para los españoles. No merecen otra cosa, y nuestro país ganaría muchos enteros a la hora de enfrentarse con el negro futuro que parece esperarle.

Desgraciadamente, un resultado así resulta tan improbable que no podemos animarlos a que se suiciden, como sería deseable. Mal que nos pese, la decepción de unos socialistas que se creen de verdad las paparruchas sobre "derechos sociales" y la malvada derecha que siempre quiere acabar con ellos, así como el cabreo aún mayor de la derecha social con Zapatero y, sobre todo, los casi cinco millones de parados casi garantizan el éxito de la convocatoria. Pero rara vez una huelga general es buena para sacar un país adelante. En España no lo ha sido nunca.

Y es que para los sindicatos, lo malo, lo pérfido, aquello contra lo que hay que manifestarse y hacer huelgas, es la creación de empleo. Zapatero ha podido mantenerse con más de cuatro millones y medio de parados, pero eso era "social" y, por tanto, bueno. Zapatero se ha gastado nuestro dinero y el dinero que ganaremos durante los próximos años nosotros y nuestros hijos, pero eso también es "social". Los sindicatos españoles de clase, CCOO y UGT, son ambos de extrema izquierda, y la extrema izquierda es la ruina, económica y moral. El Gobierno que surgiese de las cenizas de Zapatero llegaría a hombros de una movilización de la extrema izquierda, por más que el grueso de los huelguistas no comulgue con ella. Y sería un Gobierno impelido a no reformar el mercado laboral, a aumentar el gasto que los izquierdistas llaman "social" y, en definitiva, a arruinar aún más el país.

En estas páginas hemos criticado duramente el doble rasero de unos sindicatos que le hicieron una huelga a Aznar por facilitar la creación de millones de puestos de trabajo, mientras callaban con el Zapatero del paro. Pero no porque consideremos que haya que convocarla, y menos ahora, sino por mostrar la siniestra contradicción entre lo que dicen defender y lo que realmente defienden.

De hecho, una de las mejores políticas sociales que podría acometer el Ejecutivo es eliminar inmediatamente todas las subvenciones que reciben los sindicatos. De este modo, cuando convoquen la huelga general, podrá acusarles de hacerlo porque no quieren "arrimar el hombro" y prefieren mantener sus privilegios a ayudar a que España salga del hoyo en el que se ha metido. Por una vez, sería una acusación justa.

A los sindicatos no les importa absolutamente nada el destino de los parados españoles. Les importa mantener sus privilegios y que el Gobierno obedezca a sus dictados ideológicos, aunque éstos nos lleven de cabeza al precipicio. No tienen autoridad moral para convocar a nadie y, por más tentadora que resulta la idea, los españoles indignados con Zapatero no deberían hacer huelga. Porque con unos sindicatos aún más radicales que el presidente, ir a cualquier movilización que convoquen es apoyar lo peor de la izquierda gobernante, la que nos ha llevado a esta situación.

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