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Ignacio Moncada

Idiocracia

Hasta que los ciudadanos no podamos elegir libremente los líderes que queremos, hasta que no haya competencia de talentos dentro de los partidos, la política seguirá estando entre nuestros principales problemas.

Recuerdo una película malísima que vi hace años, atraído por su curioso título. Idiocracia, se llamaba. Partía de la premisa de que los vagos y mediocres tendían a reproducirse más que la gente trabajadora, culta y productiva. El protagonista, un tipo corriente, es congelado en un experimento militar y despierta quinientos años más tarde. Encuentra un mundo en el que la selección natural estaba actuando en sentido inverso, y descubre que él mismo es la persona más brillante en una sociedad en la que la estupidez se había generalizado. El sistema evolutivo había favorecido a los mediocres, deviniendo la humanidad en una idiocracia. No sé por qué, esta película se me viene a la mente al reflexionar sobre la clase política actual.

España vive un momento político muy grave. Bajo la crisis económica subyace una honda depresión política, una situación en la que los ciudadanos han optado por desentenderse del navajeo barriobajero que rige la vida pública. Las encuestas sociológicas recogen un sentimiento generalizado de rechazo hacia los líderes de los dos principales partidos políticos. El último CIS arrojaba un dato terrible: el político mejor valorado por todos los españoles es un nacionalista que recela de España, Durán i Lleida.

Es evidente que para que España salga de la crisis económica se necesitan una serie de reformas a corto plazo. Sin embargo, también hay que aplicar importantes reformas a medio plazo para evitar un estancamiento económico, político y social. Una de las fundamentales es regenerar la estructura partitocrática que nos gobierna. El actual desencanto de los ciudadanos por participar en el autogobierno de su nación germina de un sistema partidista opaco y cerrado, un mecanismo de poder blindado que premia de forma natural al obediente, al pelota y al mediocre. De esta manera, las cúpulas de los partidos, de donde salen nuestros gobernantes presentes y futuros, han quedado trufadas de peligrosos dirigentes grises.

La política en España funciona como una trituradora automática de talentos. Las pocas figuras brillantes y preparadas que aparecen son laminadas de inmediato por quien manda, por miedo a que puedan conectar con los ciudadanos, a que puedan hacer sombra al líder. Sucede como en la película: como el sistema da más facilidades para que prosperen los mediocres, la estructura política ha devenido en idiocracia. El resultado es una clase política de bajo nivel, más pendiente de la obediencia ciega que de sacar el país adelante. Hasta que los ciudadanos no podamos elegir libremente los líderes que queremos, hasta que no haya competencia de talentos dentro de los partidos, la política seguirá estando entre nuestros principales problemas.

La crisis económica se ve multiplicada en aquellos países en los que el Gobierno no sabe hacia dónde va, donde la oposición no configura una alternativa clara. Es cierto que nunca tendremos un gobierno brillante, pues la democracia garantiza que nadie sea gobernado mejor de lo que merece. Pero al menos podríamos elegir a alguien que tenga claro cómo salir de ésta.

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