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Juan Morote

Malos tiempos para la libertad

Volvamos a un modelo de gobierno reducido, a menores tasas impositivas, a menores prestaciones sociales, a ciudadanos responsables de sus decisiones económicas y de previsión, y olvidémonos de un gobierno supraestatal.

No hay manera. Cada vez que sucede algún cataclismo, producto de la intervención de las manos grasientas de los gobiernos en los asuntos de los ciudadanos, siempre aparece algún iluminado que pretende evitar que esto vuelva a pasar. No crea el lector que estos nostradamitos aspiran a reducir la capacidad de acción de los Estados y a devolver a los ciudadanos la responsabilidad del guiado de su propio futuro: quieren justo lo contrario. Si los ayuntamientos no funcionan es que hay que dotar de mayor poder a las autonomías; si son estas las estructuras más deficitarias del mundo, entonces es que hay que incrementar el poder del Estado; si es un Estado quien lleva a Europa a la fosa, el remedio habrá que buscarlo en dotar de mayores poderes al gobierno de Bruselas.

Semejante disparate sólo tiene cabida en una sociedad que ha interiorizado los mensajes liberticidas desde hace décadas, una sociedad con un poso socialista difícil de eliminar. Veamos, ¿por qué van a saber mejor que yo mismo lo que me conviene, yo que vivo en un pueblo de Valencia, unos jerarcas de Bruselas? Es absurdo, falso y absolutamente pueril, pensar que la concentración de poder en un supraestado sirve mejor la causa de las libertades que el poder descentralizado. Me imagino a aquellos colonos de Philadelphia, Rhode Island o Massachusetts, quienes forjaron la nación de ciudadanos más libres del mundo, y que lo hicieron partiendo del recelo hacia la concentración del poder, retorciéndose en sus tumbas viendo como occidente en bloque ha abdicado de sus conquistas.

Debemos darnos cuenta que la demagogia y la corrupción son más fáciles cuanta mayor es la distancia entre aquel que toma las decisiones de gobierno y los que lo sostienen con sus votos. Si hoy en España nadie sabe el nombre de diez diputados del grupo del partido que vota, qué capacidad de control vamos a tener sobre un macrogobierno en Bruselas. Otros ingenuos nos querrán hacer creer que sólo se trata de la economía, que los derechos y libertades individuales van por otro camino. Esto es imposible, sólo hay libertad económica donde hay libertad civil y viceversa, cada una es condición necesaria de la otra. De esta guisa, tengo que dejar patente mi preocupación ante lo que se barrunta. Es decir, que el fallo generalizado de los controles públicos en un mercado absolutamente intervenido, como es el mercado de capitales, va a conducir a que se adopten medidas de mayor intervención. Como es bien sabido, a mayor intervención siempre mayor nivel de corrupción.

La desconfianza hacia el poder es uno de los rasgos comunes de aquellos que amamos la libertad, la exigencia de un gobierno mínimo es una reivindicación secular; si han fracasado los Estados nacidos al albur de la reconstrucción europea tras la segunda guerra mundial, y el modelo de estado de bienestar que con matices arranca en la Constitución de Weimar, es absolutamente insostenible, volvamos a un modelo de gobierno reducido, a menores tasas impositivas, a menores prestaciones sociales, a ciudadanos responsables de sus decisiones económicas y de previsión, y olvidémonos de un gobierno supraestatal, con el que la amenaza de la planificación, en el peor sentido del término, será algo más que eso.

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