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China, distinta y distante

La cuestión es si las iniciativas militares responden a la dirección general del país o se han producido de forma autónoma e incluso antagónica respecto a la autoridad civil. El poder en Pekín sigue siendo tan hermético que no disponemos de respuesta.

A nadie hay que explicarle la importancia de China, en todo caso más bien rebajársela un tanto. Tres cientos millones han salido de la pobreza y sus recursos y disciplina le permiten alardes como los juegos olímpicos y la feria internacional de Shanghai, pero todavía quedan cerca de 900 millones hundidos en la pobreza y su fuerzas armadas, a pesar de la prioridad que reciben, con aumentos anuales de presupuesto siempre superiores al vertiginoso índice de crecimiento económico, distan mucho de ser un rival de las americanas, mientras que su carácter problemático aumenta de año en año. La transición a la democracia no está en absoluto asegurada y su modelo económico no es sostenible. Con razón, lo que obsesiona a los jerarcas comunistas es la estabilidad, no sólo por interés propio. En China hace falta que muchas cosas cambien, no sólo para que todo siga igual, y no está claro que quienes mandan estén dispuestos.

En un mundo en el que no hay distancias, lo que nos aleja de China, o a la inversa, es su carácter distintivo. No es tan exótica como solía, pero todavía se mueve por valores considerablemente diferentes. La China de hoy está ya bien despierta y el despertar que nos queda por temer es el del nacionalismo, en el que siempre se refugian las elites que ven tambalearse su poder. Vimos un atisbo de lo que puede ser con la reacción interna al bombardeo de su embajada en Belgrado, durante la guerra de Kósovo, y los japoneses han tenido que tragar varias dosis de esa pócima de sus vecinos en los últimos años.

En tiempos de la posguerra fría hubo un momento en que pareció que China retornaba al áspero camino de la enconada rivalidad, con el incidente del avión espía americano que volando sobre aguas internacionales fue forzado a aterrizar en la isla de Hainán, en abril del 2001, pero luego Pekín se apuntó a la corriente de distensión tras el 11-S, que aprovechó para silenciar a sus disidentes uigures del Sinkiang y a los budistas del Tibet, manteniendo una línea internacional cada vez más afirmativa, pero huyendo de la confrontación directa con los americanos.

Esa creciente actitud afirmativa puede que esté llegando a un punto de inflexión en que el enfrentamiento empiece a sustituir las buenas relaciones formales, a pesar de todos los miramientos que Obama ha tenido con Pekín, a quien ha querido hacer socio privilegiado en la gestión de las crisis mundiales, con la esperanza de desarrollar así un sentido de responsabilidad global que trascienda estrechos intereses nacionales y propicie la evolución del régimen. Recientes roces han hecho saltar chispas, especialmente en el área militar, donde el desarrollo de las relaciones se han cuidado especialmente, con la encomiable intención de superar recelos y crear confianza. La venta de armamento americano a Taiwán, nada nuevo bajo el sol, parece haber sido el detonante del cese de una serie de colaboraciones y del desencadenamiento de duras críticas por parte de altos mandos. La diplomacia militar americana ha juzgado que había llegado el momento de abandonar las bellas palabras y los bonitos gestos y en los últimos días Gates, el secretario de Defensa, y el almirante que manda la flota del Pacífico han respondido con la misma dureza.

Lo que está en cuestión es si las iniciativas militares responden a la dirección general del país o se han producido de forma autónoma e incluso antagónica respecto a la autoridad civil. El poder en Pekín sigue siendo tan hermético que no disponemos de respuesta a esta importante pregunta. Pero hay otros signos que apuntan en la misma dirección. En manos de China está meter en cintura al peligroso e inhumano régimen norcoreano, pero no está dispuesta a hacerlo. Su apoyo sería inapreciable para detener la carrera del islamismo militar iraní hacia las armas nucleares, pero la colaboración es mínima. No hablemos de los superrealistas y poco escrupulosos tratos comerciales con regímenes africanos deplorables. Hablemos por el contrario de la ascendente presión soberanista sobre el Mar del Sur de la China, dispuesta a negar los derechos territoriales de todos los ribereños y a establecer su control sobre una de las más vitales vías marítimas del mundo.

El despertar de China no se acaba, y no es tranquilizante.

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