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Alberto Gómez

Inmoralidad en la crisis económica

La crisis económica es un efecto de la pereza, la comodidad y el engaño, del egoísmo, la vanidad y la avaricia cortas de vista. Contra eso no existen leyes ni controles posibles.

Decían los obispos, y con razón, que la crisis económica es la consecuencia de una crisis moral. Es inmoral (y un delito) el manipular el precio de las cosas, incluido el precio de los préstamos (como hacen los bancos centrales). Es inmoral (y va contra sus estatutos) mantener la creación de masa monetaria a altas tasas. Es inmoral en sí misma una moneda obligatoria, sometida a los manejos anteriores y otros muchos por parte de los bancos centrales, que no responden ante nadie. Es inmoral engañar a los depositantes pretendiendo asegurar que tienen sus cuentas corrientes totalmente aseguradas en un sistema bancario que reinvierte ese dinero. Es inmoral camuflar hipotecas impagables dentro de paquetes financieros con apariencia de rentabilidad para engañar a los inversiores. Es inmoral que las agencias de rating y el sistema de supervisión estatal no cumplan sus funciones y sólo sirvan para evitar la competencia y mantener el statu quo.

Es inmoral que los Estados gasten por encima de lo que ingresan, sacrificando el bienestar del mañana, pidiendo prestado a cuenta de una riqueza futura inexistente, en una suerte de gigantesco cuento de la lechera repetido una y mil veces a nivel estatal, autonómico, municipal y, si se quiere, familiar. Un tipo de lecheras que a la hora de rompérseles el cántaro ya tenían el dinero de las ventas futuras metido en negocios inmobiliarios y gastos faraónicos. Al autor del cuento no se le hubiera ocurrido esta vuelta de tuerca moderna desde la imaginación a la praxis. En definitiva, es inmoral el robar a las futuras generaciones.

Es inmoral que el Estado utilice el dinero de todos y se los entregue a las cajas de ahorro que han prestado sin cabeza para tapar el agujero de quienes se han lanzado a hipotecarse sin cabeza. Es inmoral que el Banco Central Europeo fabrique dinero y se lo preste al Estado, porque ese dinero es inflación que diluye el valor del dinero que está en nuestros bolsillos. De esa manera, las lecheras manirrotas malversan el poco dinero que queda recibiéndolo de la central y de los impuestos; es decir, dinero que sale de nuestros bolsillos.

Es también inmoral una ley del suelo, como la española, que mantiene el metro cuadrado de desierto más caro del mundo, gracias a que concede a los ayuntamientos poderes casi soviéticos de planificación sobre propiedades y precios. Con ello se mantiene la peor de las plagas inmorales del país: un cacicazgo de politicuchos, chorizos conseguidores, concejales de urbanismo, jueces y periodistas corruptos y demás amiguetes. Es inmoral que un pueblo, el español, esté de acuerdo en mantener esa ley por razones tan obtusas como: "Es que mi casa se ha revalorizao una barbaridad".

Gran parte de lo anterior es consecuencia de la pereza intelectual que lleva a una forma de egoísmo cegato y cómodo que consiste en sólo querer darse cuenta de lo que uno ve y le interesa en cada momento y no en lo que interesa a uno mismo y a todos a largo plazo. Eso es inmoral. Es pereza de ese tipo, y es inmoral, el buscar lo más barato como comprador y poco después, como trabajador, creer que uno tiene derecho a aumentos de sueldo automáticos, independientemente de cómo vaya la empresa. Por lo mismo es inmoral no querer tener hijos y al mismo tiempo creer que uno tiene derecho a jubilación pagada por las futuras generaciones.

La crisis económica es un efecto de la pereza, la comodidad y el engaño, del egoísmo, la vanidad y la avaricia cortas de vista. Contra eso no existen leyes ni controles posibles. Porque la moralidad es anterior a las leyes. Añadir más controles sobre lo corrupto e inmoral sólo añade más asideros para que aniden más corrupción y más inmoralidad. Es la valentía y el coraje moral para denunciar, dejar de tolerar y dejar de practicar esos vicios la que puede cambiar esas mismas leyes y esas prácticas inmorales. Decía Ayn Rand que la renta per capita mide la moralidad de un país... y decía bien.

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