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Javier Moreno

¿Es la estupidez humana infinita?

El despilfarro de nuestros políticos no constituye un signo de salud y fuerza, sino de enfermedad y debilidad. Toda decadencia viene acompañada de un enorme y colorido despliegue de ficciones, demagogias, mentiras y engaños.

Son muchos los científicos que consideran que lo que hace sapiens al Homo es el lenguaje. Dicha herramienta cognitiva expresa el pensamiento simbólico que nos permite vencer al mundo a través de su división en cómodas categorías conceptuales. Sirve además, el lenguaje, para tejer la red social con la que afrontamos y suavizamos los rigores del medio natural.

Manejamos los conceptos y significados siguiendo unas reglas sintácticas. Con éstas se combinan elementos de la realidad de formas antes no percibidas ni experimentadas. En el ejercicio de la emergente facultad de la imaginación, se crean nuevos escenarios: los hipotéticos y los ficticios. Los primeros se ajustan mejor a la realidad, a lo que es posible, que los segundos. Sirven mejor a la ciencia y a la predicción, mientras que los otros lo hacen más al mito y a la locura. La frontera entre ambos tipos de escenario, no obstante, no es perfectamente nítida.

Durante la larga historia natural que precedió al pensamiento simbólico evolucionaron las adaptaciones, es decir, se fueron perfeccionando. El gran descubrimiento de Charles Darwin consistió en comprobar la sintaxis en esa economía de la naturaleza. La fisiología y morfología de los organismos vivos constituyen sutiles adaptaciones al medio ecológico, con sus flujos de energía. La escasez dio origen a la forma y a la función.

Incluso las "extravagancias" tienen su explicación, en términos adaptativos. Pongamos el conspicuo ejemplo de la cola del pavo real. El biólogo evolucionista Amotz Zahavi la considera un handicap, esto es, un rasgo aparentemente inadaptativo para el organismo que lo porta, pero que en realidad no lo es. Evolucionó como señal de la calidad de los genes de su portador. El pavo real macho de grande y colorida cola envía un mensaje claro a las hembras: "mira que sano y fuerte soy, que puedo llevar esta incómoda cola, simétrica y libre de parásitos". Las hembras eligen al macho con la más grande y vistosa cola.

Nuestra sofisticada capacidad simbólica ha introducido en la realidad lo posible y lo imposible. Pensamos en cosas que no existen, sea factible o no su existencia. Proyectamos en el futuro, creamos, anticipamos. El mismo animal que eleva el Templo de la Fe eleva el de la Razón. Con la mente humana nacen las realidades paralelas, las religiones, y la posibilidad de acumular, de prever, de invertir.

Pero no podemos trascender lo natural. Pretender ir más allá de lo que somos y de lo que podemos ser tiene un elevado coste. Sólo nosotros podemos concebir lo ilimitado, saltar del cero al infinito, sólo nosotros podemos volar hacia el Sol platónico del universo paralelo de las ideas. Pero nuestras alas, como las de Ícaro, son de cera, y se derriten conforme nos acercamos al calor de ese Sol.

La torpeza y la locura humanas, que proverbialmente nos hace tropezar más de dos veces con la misma piedra, tienen consecuencias particularmente nefastas en el ámbito de la economía. La ciencia económica, correctamente practicada, es liberal. Lo que nos dice es algo tan sencillo como que no pueden multiplicarse los panes y los peces, salvo en un mundo paralelo de imaginación desbordante. Nos dice que los handicaps, tales como una gran cola de pavo real, son adaptativos para algunos organismos, pero no para las sociedades. El despilfarro de nuestros políticos no constituye un signo de salud y fuerza, sino de enfermedad y debilidad. Toda decadencia viene acompañada de un enorme y colorido despliegue de ficciones, demagogias, mentiras y engaños. Decía Einstein, ese sabio de la física y necio en economía política, que sólo había dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y si, ciertamente, el gran fabulador de la naturaleza, el Homo sapiens, es, además del mayor sabio, el mayor mentiroso, capaz de engañar a los demás, empezando consigo mismo. Y es por ello, también, el mayor necio.

   

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