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Peor imposible

El fracaso interno ha sido estrepitoso, y los socialistas no han visto paliado su deterioro, pese a los recursos malgastados. Pero no es eso lo peor. La visibilidad suicida buscada por Zapatero y sus ministros arrastró la imagen nacional

Las presidencias europeas tienen valor para un país por dos cosas. Primero, las usan para impulsar su agenda para la Unión, aquellos asuntos por donde se cree debe transitar la UE. Segundo, permiten además defender los propios intereses nacionales, a veces frente a los demás socios. Las más de las veces ambas cosas van unidas, y la agenda comunitaria se fija desde las propias necesidades nacionales.

En el caso de España, las presidencias se caracterizan por la irregularidad. En nuestra primera presidencia, en 1989, nuestro país buscó demostrar que, recién ingresado en la UE, estaba a la altura de los demás miembros, y se llevó a cabo un semestre modesto y correcto. En su segunda, en 1995, el Gobierno de González, atrapado por el paro, la corrupción, y con un pie fuera del poder, poco podía hacer, y nada hizo.

En 2002 las cosas habían afortunadamente cambiado. España gozaba de una excelente posición internacional. Y Aznar tenía claro que los intereses españoles pasaban por aprovechar el rebufo del 11-S para comprometer a Europa en la lucha contra ETA. Desde este punto de vista se avanzó muchísimo en lucha común contra el terrorismo. Por esa epoca, además, España encabezaba la "Europa joven", atlantista y liberal, frente a la "Vieja Europa", antiamericana e intervencionista. En la presidencia, España mostró capacidad de liderazgo y la presidencia funcionó muy bien para nuestro país.

En el caso de 2010, varios factores exigían del Gobierno enorme prudencia.

Internamentemte, el progresivo aislamiento internacional desde 2004 y la brutal crisis económica española no hacían apto a nuestro país para liderazgo alguno. Externamente, el nacimiento de la presidencia permanente convertía a la rotatoria en antigualla del pasado, y los focos se dirigían hacia van Rumpuy y no hacia Z.

En estas condiciones, la experiencia y el sentido común dictaban una presidencia de perfil bajo, de transición y de simple gestión institucional: algo correcto y aseado. No fue así. El Gobierno la abordó a bombo y platillo, en clave interna, con una gran campaña propagandística. Zapatero creyó que así remontaría políticamente en nuestro país.

Al final, el fracaso interno ha sido estrepitoso, y los socialistas no han visto paliado su deterioro, pese a los recursos malgastados. Pero no es eso lo peor. La visibilidad suicida buscada por Zapatero y sus ministros arrastró la imagen nacional, exponiendo las mismas limitaciones españolas que él mismo había exacerbado desde 2004. El balance resulta estremecedor: en términos de imagen internacional España ha retrocedido treinta años. No sólo nada se ha hecho: se ha deshecho. España se muestra ante los socios como un país poco de fiar, inestable y que no cumple con la palabra dada. Peor imposible.

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