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Los tiempos y la guerra de Obama

Lo que es un desastre en el plan de Obama es la cronología: guerra a plazo fijo. No otra cosa desea el enemigo que saber hasta cuánto tiene que resistir, que no es nada que vaya más allá de sus capacidades: julio del próximo año.

En toda guerra grande hay muchas pequeñas, y no son las menores las que se libran en el interior del propio bando, la de los militares entre sí, entre oposición y gobierno, en el seno del gobierno mismo.

En esto Afganistán no tiene nada de excepcional. Es cierto que el principio democrático de subordinación al poder civil es en Estados Unidos especialmente riguroso y nunca ha creado una sola amenaza al sistema en toda su historia. Por el contrario, es axiomática la lucha política intestina en el seno de cada Administración, presente en el momento mismo en que Obama manda a su casa a uno de los dos o tres –aunque no sabemos cuál pueda ser el tercero– militares más brillantes de los que dispone. Hasta el presidente parece estar en combate consigo mismo cuando en el discurso en el que anuncia su decisión, reconociendo las excepcionales prendas del general sancionado, reinterpreta, sin dejar las cosas completamente claras, el punto más polémico de su estrategia afgana: el plazo para el comienzo de la retirada dentro de un año. Mientras su jefe de Gabinete, Rahm Emanuel, el famoso Rahmbo, y el vicepresidente Biden se aferran en público y sin rodeos a la fatídica fecha, Obama la diluye y su nuevo hombre en Afganistán, el general Petraeus, la trastoca.

La estrategia, aunque muy vaga, está dando resultados positivos en la aplicación que de ella ha estado haciendo el defenestrado McChrystal, antes de que se haya completado el refuerzo de los 30.000 hombres más que le prometió Obama. Las estrategias ya se sabe que duran cinco minutos tras el primer choque con el enemigo y lo importante son las adaptaciones. Nadie duda de que el sustituto del militar caído en desgracia, el hasta ahora su jefe desde Tampa en el Mando Central, Petraeus, no es simplemente el hombre adecuado, sino el ideal. Pero lo que es un desastre en el plan de Obama es la cronología: guerra a plazo fijo. No otra cosa desea el enemigo que saber hasta cuánto tiene que resistir, que no es nada que vaya más allá de sus capacidades: julio del próximo año. El argumento de que es una manera de forzar al gobierno de Karzai a asumir sus responsabilidades es infantil. La cosa está más verde que las uvas en enero. Lo que fuerza más bien es a que todos los afganos deban elegir el bando de los que se quedan y liquidan a los que los miran mal.

Obama, en el discurso en el que comunicó lo que hizo y lamentó tener que hacerlo, estuvo más categórico que nunca anteriormente. Se refirió a la misión como "vital", requiriendo "hacer todo lo necesario para triunfar", y si bien no mencionó la fecha tampoco mencionó la retirada y en posteriores declaraciones afirmó el objetivo de alcanzar el éxito sin referencia a ningún plazo, sólo al inicio de una transición el próximo año hacia la asunción de mayores responsabilidades por parte de gobierno afgano. El comienzo de un principio. En esas estamos ahora. A partir de ahí, Petraeus se atrevió a avanzar un pasito: "Julio de 2011, la fecha en la que comienza un proceso basado en las condiciones, no la fecha en la que los Estados Unidos se encaminan hacia la salida". "Condiciones" es la clave, no el dato cronológico. Todo depende de cómo vayan las cosas y no es nada probable que las cosas estén tocando a su fin. Para Obama desdecirse es demasiado penoso, pero con la elección de su comandante, salvo manifiesta traición, ha echado su suerte. Hace tres años, cuando ese comandante testificó en el Senado sobre los avances en Irak, él se negó a votar una resolución que condenaba el infame anuncio publicado en la prensa izquierdista que lo llamaba el General "Betray us", el General Nos-Traiciona, que suena muy parecido a cómo se pronuncia en Estados Unidos el holandés nombre de Petraeus.

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