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Guillermo Dupuy

Las narices de Montilla

Lo de las narices de Montilla no debe ser muy normal si siente que se la manosean quienes se limitan a recordar algo que, como la unidad de España, forma parte esencial de la Constitución a la luz de la cual se supone que había que juzgar el Estatut.

Decía Quevedo de Góngora que era "un hombre a una nariz pegado". Pero para narices superlativas o, por lo menos, enormemente sensibles, las de ese otro cordobés de nacimiento y actual presidente de la Generalidad de Cataluña, José Montilla. Juzguen ustedes: a pesar de que el Tribunal Constitucional apenas ha recortado lo que debería haber sido rechazado de plano por ser esencialmente contrario a nuestra Ley de Leyes, Montilla dice que "la sentencia está llena de ofensas gratuitas que no tienen efecto jurídico, pero sí el efecto de tocar las narices". Y pone ejemplo: "¿Tienen [los ponentes] que reiterar tantas veces la indisoluble unidad de España?".

Convendremos todos que lo de la napia de Montilla no debe ser muy normal si siente que se la manosean unos magistrados que se limitan a recordar algo que, como la unidad de España, forma parte esencial de la Constitución a la luz de la cual se supone que había que juzgar la legalidad del Estatut. Una Constitución y un precepto de unidad de España como nación y como estado de derecho que –dicho sea de paso– fue respaldado por un número de catalanes muchísimo mayor que el que respaldó ese engendro soberanista que proclama a Cataluña como nación.

Pero lo de las narices de Montilla, aunque no sea perceptible a la vista, es algo descomunal. Si tendrá narices, que dice que se las toca la unidad de España al mismo tiempo que asegura no ser un independentista; si tendrá narices, que respalda que la lengua materna de más de la mitad de los catalanes –incluido él mismo– siga erradicada como "vehicular" de la enseñanza en Cataluña, al tiempo que evita a sus hijos la coactiva inmersión en catalán en un colegio alemán.

Hace falta también muchas narices para hablar de "ofensas gratuitas" por parte de unos magistrados cuando él ha llegado a la extrema falta de respeto de negar al Tribunal Constitucional su legitimidad para juzgar las leyes. Organiza y preside manifestaciones contra nuestro fragmentado estado de derecho, pero el ofendido es él. Ahora, tras la sentencia que también niega al parlamento autonómico la capacidad para crear "vegueries" si se alteran los límites provinciales, advierte que "las leyes deben aprobarse; puede que con algunas observaciones del Consell de Garanties Estatutàries, pero no a la luz de lo que diga la sentencia". Vamos, que Montilla no oculta que está claramente dispuesto a pasarse la sentencia y la Constitución por esa parte del cuerpo donde no resulta muy estimulante acercar las narices. Con todo, el ofendido ha sido, es y será él. ¿Cuestión de narices? Más bien de caradura.

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