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En busca del átomo político

La decisión es una derrota que añadir a la política exterior española, que, por una vez, defendía la posición jurídicamente apropiada, la improcedencia de la independencia.

El Tribunal Internacional de Justicia ha considerado ajustada a Derecho la unilateral declaración de independencia de Kosovo de febrero de 2008. Un órgano jurisdiccional dependiente de las Naciones Unidas reconoce así derechos "nacionales" o "colectivos". Da primacía a unos derechos ficticios, y dependientes de la fuerza de autoridades de hecho y no de derecho, sobre los únicos existentes, los de las personas individualmente consideradas. Por fin, aunque se habla de diferenciación étnica por ser los kosovares albanos y no serbios, la distinción supone la admisión a la soberanía de una minoría religiosa previa, la musulmana, en lugar de la exigencia de la igualdad de los ciudadanos ante la ley, con independencia de sus creencias. ¿Qué se hace ahora con la minoría serbia en el nuevo Kosovo?

La insistencia absurda del Tribunal por el carácter excepcional del invento no impide convertir la decisión en un incentivo para cualquier político que se sienta con ganas de declarar unilateralmente el sentimiento de nación de la colectividad que domine o, en su caso, tiranice.

La justificación última de la sentencia, sin embargo, no es jurídica sino histórica. Está en la violencia desatada contra los albano-kosovares por el infame Milósevic. Este, juzgado en La Haya por otro tribunal, murió de muerte natural antes de poder ser castigado. Extraña manera de compensar la de quitarle la razón después de muerto, sin haberlo podido condenar en vida. Bravo por la eficacia de la justicia internacional.

En 1989 Milósevic inició la guerra de Yugoslavia mediante el recuerdo a la batalla de Kosovo de 1389 contra los otomanos como acontecimiento nacional definitorio para Serbia, entonces dominante en la Yugoslavia comunista. La revocación de los derechos de autonomía de la región fue acompañada de la espeluznante crueldad de ejércitos dictatoriales y de la limpieza étnica. La matanza de unos ocho mil bosnio-musulmanes en Srebrenica por las fuerzas serbias en 1995 destacó por su monstruosidad.

La razón pues de la independencia de Kosovo, no muy distinta a la que sustentó la independencia de Bosnia, es la preferencia por construir sociedades étnicamente puras en lugar de estados de derecho viables con respeto por las minorías, reconociendo la primacía de la pertenencia a la comunidad sobre la condición de ciudadano.Junto a ello, habiendo intervenido los americanos para detener las tres atroces guerras balcánicas, Croacia (1991-1992), Bosnia-Herzegovina (1992-1995), y Kosovo (1999), y estando más que hartos de la situación, apoyaron cualquier solución por pragmática que fuera que permitiera dar por concluida la horrible década con la que cerró Yugoslavia la aventura comunista.

Si el Papa Juan Pablo II calificó ese nacionalismo exacerbado como el paganismo de nuestro tiempo, el resultado final supone haber premiado a todos los nacionalismos de la zona. Sea como fuere cabe preguntarse, a la luz de los acontecimientos que sobrevienen en estos últimos tiempos en Occidente, si el respeto al Derecho y a la seguridad jurídica ha desaparecido por completo del panorama. El Tribunal quizá crea haber hecho justicia, pero habrá sido a costa de inaplicar la ley. La decisión es, además, una derrota que añadir a la política exterior española, que, por una vez, defendía la posición jurídicamente apropiada, la improcedencia de la independencia.

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