Menú
José Antonio Martínez-Abarca

Marbella, México

Tal vez sea verdad lo que dice Blanco sobre que "España tiene un lugar en el mundo", lo que ocurre es que Michelle Obama no tiene por qué saber cuál es, dado que carece de importancia que le asista alguna noción al respecto.

No hay ninguna razón para que los norteamericanos abandonen ahora su acreditada idea de que España cae por la parte de México, al fondo a la derecha según se mira, aunque eso no venga corroborado por ningún mapa. Ni mucho menos –aunque los socialistas se emperren en lo contrario–, ese estado de cosas puede cambiar tras el próximo viaje agosteño de cuatro días a Marbella de la esposa del presidente Obama, Michelle Obama, acompañada de una hija, las cuales residirán de los días 4 al 8 en un lujoso "resort" para ricos (más de medio millón de pesetas el paquete llamado "puro lujo") edificado igual que un palacete de la Toscana, como corresponde naturalmente a Málaga, y que cuenta con 6 baños turcos, también de mucha tradición mexicana, sito, dicen, en España como podía estar en cualquier otro sitio. En cualquier otro planeta.

Precisamente esa es la razón de ser de estos complejos perfectamente acondicionados, símbolo del turismo moderno a la carta, que hacen las delicias del mundo anglosajón acomodado: no les recuerdan a sus clientes, en ningún momento, que están en ningún lugar concreto del orbe, algo que podría llegar a molestar. A la vez son todos los sitios y ninguno. Así no tiene nadie que pensar nada en absoluto, y mucho menos, como le gustaría al Gobierno español, que Michelle Obama llegue a sospechar lejanamente que está en territorio de un país aliado. Esta completa desubicación no es sólo cosa de millonarios o de primeras damas norteamericanas, sino que ocurre también en las peores familias: yo una vez me encontré, por motivos que serían largos de explicar, en el Polo Norte y, dado que el cosmos parecía empezar a la altura de mi brazo extendido por encima de la cabeza, creí estar más bien en la Luna. Si bien no se me ocurre nada más cercano a la
Luna que cualquiera de estos "fuertes" para el descanso exquisito a los que se viaja para evitar tener la sensación de que se ha viajado a algún sitio.

Hay más riguroso contenido ibérico en la recientemente estrenada en España película de Tom Cruise (Noche y día), donde los sanfermines se corren por las calles de Sevilla, que en todo el viaje de la, como corresponde, algo despistada señora Michelle. Las impresiones sobre el país que pueda llevarse serán sobre poco más o menos el equivalente a los rudimentos del baile flamenco que exportó hacia su país otra colega suya, Nancy Reagan. Se supone que alguien le ha dicho, al menos, que viene a España, que es esa nación discutida y discutible que cae de tapia para fuera del "resort". Tal vez sea verdad lo que dice el ministro de Fomento, sacando pecho a cuenta de este viaje, sobre que "España tiene un lugar en el mundo", lo que ocurre es que Michelle Obama no tiene por qué saber cuál es, dado que carece de importancia que le asista alguna noción al respecto (es dudoso que su marido la tenga tampoco). Sin embargo, lo que demuestra la estadía de la primera dama en el resort marbellí no es que España tiene un lugar en el mundo, sino justo lo contrario, que el mundo, en su concepto más aséptico, tiene un lugar en España. Si hoy es martes, esto es Andalucía. Y si esto es día 9 de agosto, estamos de nuevo en casa, niña, dirá Michelle, la hispanófila.

En Internacional

    0
    comentarios