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José T. Raga

¿Quién es Miguelín?

Señor presidente, como español que pago mis impuestos le suplico –si fuera de izquierdas le diría que le exijo– que cuando vaya a salir al exterior y, sobre todo si lo va a hacer para hablar de España, se lo piense dos veces y no salga.

Yo la verdad es que no lo sé, aunque sinceramente tampoco me importa pues, al fin y a la postre, si de muñeco se trata, prefiero el clásico nenuco que siempre me pareció más simpático y que me evoca el recuerdo de mi hija jugando y sintiéndose satisfecha con su maternidad. Por otro lado, a este bebé esperpéntico, cuyo color y sonrisa dan dentera siquiera verlos de pasada, le ha salido un mentor que en nada colabora a su mejor posición social. No sé si al señor presidente se le ha agotado el rendimiento de la copa del mundo y ahora, tras haber promulgado una ley en la que los abortos se practicarán sin apenas restricción, tiene que glorificar a un bebé, como nuevo becerro de oro al que sacarle provecho. Comprenderán ustedes que en eso, yo personalmente, ni entro ni salgo; allá él.

Como español de a pie, sin embargo, me siento insultado por la frivolidad del señor presidente para referirse a los grandes temas que atormentan a la sociedad española; al menos, en lo que conozco, los referidos a las condiciones en las que se desenvuelve nuestra economía. Es un atentado al pudor y al respeto que merece un pueblo, que con una sonrisa hiriente, sí, como la de Miguelín, utilice al muñeco como instrumento y refugio para, con irresponsabilidad inexplicable, eludir menciones a nuestra economía, que pondrían la gestión del Gobierno español en el lugar que realmente le corresponde.

Si esperpéntico es el muñeco, más lo es la manifestación pública del señor presidente de que la economía española es tan grande como ese tal Miguelín. Hubiera podido decir que tan vacía como el muñeco y tan falsa como su sonrisa, lo cual habría estado más cerca de la realidad, pero no, la idea transmitida era la de potencia, la de fortaleza, en definitiva, la de grandeza. Esto, cuando al día siguiente de semejante boutade presidencial, Eurostat –la oficina estadística de las Comunidades Europeas, pues la estadística del ministro Corbacho ya no la cree nadie– alumbraba la grandeza de nuestra economía en desempleo, situándose en el 20,3%, y con ello ganando el campeonato de entre los veintisiete países de la Unión.

Hemos conseguido sobrepasar en tasa de paro a las economías en transición –tales como Letonia, Estonia, Lituania, etc.–, más que doblamos la media de la zona euro (10%) y con mayor diferencia la media de la Unión Europea (9,6%). No quiero pensar, para evitar la envidia, en países con nulas concesiones a la demagogia pero con gran eficacia de gobierno, como Austria (3,8%), Países Bajos (4,4%), Luxemburgo (5,3%) o la larga lista de los otros veintitrés países que, con nosotros, formamos la Europa de los veintisiete. Eso sí, Austria, Países Bajos y otros tantos, sin embargo, no tienen un Miguelín al que emular ni en el que refugiarse, seguramente porque no lo necesitan.

Pero, señor presidente, a ese 20,3% de parados que ha conseguido usted con su gestión económica, con su elusión para hacer frente a los problemas económicos de máxima gravedad, que está sufriendo nuestra economía, no creo que les solucione nada el que Miguelín esté representando a España en Shanghai, ni creo que les satisfaga que el dichoso muñeco sea su referencia pública, como exponente más clarificador del estado en el que se encuentra nuestra economía. Sí que tengo que reconocer, que sigue usted siendo inasequible al desaliento. Como están las cosas, y usted sigue sonriendo, como si nada pasara, como Miguelín, y, con aplomo increíble, sigue diciendo cosas, tan alejadas de la realidad, que sólo una voluntad torticera de engañar puede ser la artífice de semejantes discursos.

Invadido por el sentido de grandeza de Miguelín, explica usted al primer ministro chino que España es un país exportador, a lo que la cortesía oriental responde con su disposición a importar nuestros productos. Digo que la respuesta es el resultado de esa diplomacia oriental, porque si me lo hubiera dicho a mí, que no lo soy, le habría pedido que me explicase cómo siendo un país exportador se tiene un déficit tan abultado en la balanza por cuenta corriente, que llegó a ser en el año 2007 –recuerde que era el tercero de su primer mandato– el más alto de los países desarrollados, superando el diez por ciento de nuestro Producto Interior Bruto.

Así que, país exportador... Las cifras, y cualquiera que las analice o simplemente las conozca, concluirá en que, de ser algo, lo que España es, es un país importador, así que, con toda probabilidad, el premier chino, que tampoco se creyó lo que usted le decía, ya está pensando en qué nos puede vender para desplazar a otros en nuestras importaciones, y no tanto en qué nos puede comprar, porque si los demás no nos compran, será por algo que los chinos descubrirán inmediatamente.

Señor presidente, como español que pago mis impuestos le suplico –si fuera de izquierdas le diría que le exijo– que cuando vaya a salir al exterior y, sobre todo si lo va a hacer para hablar de España, se lo piense dos veces y no salga. Recuerde aquel dicho que como en casa en ninguna parte. Además, para qué cansarse, cuando a usted siempre le ha gustado descansar. Si así lo hace, muchos le estaremos agradecidos y algunos hasta posiblemente le voten.

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